sábado, 9 de abril de 2011

Sol de medianoche

Él: Su bisabuela, siendo Violeta una niña, le había contado que en Utsjoki, Finlandia, el sol no se ponía en seis meses. Por supuesto no la creyó, pensó que la viejecita estaba senil o que intentaba impresionarla con aquel imposible. Pocos años después en la clase de física le explicaron y a ella se le cayeron dos lágrimas en el primer movimiento de traslación entre la realidad y la ficción que acarició su pensamiento. Violeta creció entre bosques azules sumergidos en el mar y entre aquelarres rituales que envolvían la luna de motas de ahoras o de mañanas brumosas en las que de nuevo salía el sol. Finlandia es una tierra de lapones y renos y perros tirando de trineos sobre lagos helados para ir a destinos sin llegada ni salida. Como el sol de la medianoche. Un día Violeta coge sus bartulos, mete en su mochila tres remeras, unos jeans y dos mudas, da tres besos al aire y se dirige por la avenida con su sonrisa calada hasta el tuétano. Mira al sol apantallando sus manos sobre los ojos. Está muy alto, mucho más que el avión que la deja en Helsinki, mucho menos que su ilusión y el recuerdo de su tata. Llegar a Utsjoki es más complicado, cuatro días y cuatro noches de sol blanquecino, ampuloso sol desleído, borroso y palpitante sobre el traqueteo del trineo. Los perros aullan y se mueven inquietos viendo tumbarse la luna con el sol, la hoguera es un baile de brujas desde donde la bisabuela le habla de las noches pálidas, las estrellas son briznas en las que se reflejan aquellas dos lágrimas y unas cuantas más. Violeta exhala el humo de su cigarrilo como si dibujara la aurora bolear. En Utsjoki le dan una habitación en algo a lo que llaman hotel, la sopa de verduras y el aguardiente la traen a la vida. Dormir con sol no es fácil, pero por fin llega el sueño y vuelve a dibujar peces de colores en una habitación de Praga, camina por sus calles buscándome y al despertar el sol sigue medio dormido, esperando que alguien lo ponga a rodar. En la fotografía se ve un muelle de madera, apenas cuatro tablones asomándose a un lago helado, un farol ilumina más que el sol a una mujer que abrazada a un hombre observa el horizonte. En el reverso de la fotografía, apuntada a lápiz presuroso, 69º 54' 22.01" N. Cuando llega al mismo punto se sienta y mira como su bisabuela miraba aquel sol setenta años atrás. Violeta sonríe, se siente feliz.


Ella: Todo quieto, el apenas vapor de un adagio a punto de extinguirse, la sombra de un paso y otro paso que por un segundo abre la puerta de la nevera y desaparece los últimos dos dedos de vodka en la botella, a ritmo sostenido por el drenaje de la garganta; después todo quieto, como la sangre cuando se muere, sólo la noche inmóvil, la noche blanca trayendo una criatura a la vida desde el papel. En Utsjoki es fácil escribir porque hay silencio y claridad nocturna, un sol de leche que despeja a la noche de su tinta. Es fácil escribir en Utsjoki porque el tiempo se delecta, una  noche tarda 73 días en llegar y las nubes lo cubren todo, como esa sustancia que nos impide recordar el sueño que apenas cinco minutos atrás... El caso es que Violeta frota las manos con su aliento porque el frío perfora los tendones y necesita terminar la criatura, necesita enviarla a Praga con intrucciones más o menos precisas sobre cómo debe ser el traslado y el alojamiento de su amo. Al momento de cruzar el umbral hacia el día perenne de Utsjoki, el hombre debía deslizar la criatura bajo la puerta para que esta se abriera. Encontraría a Violeta incrustada en el escritorio, frontando sus manos, entumecida la nariz, la uña del meñique izquierdo, inmóvil ante un frío intolerable, pero suave, a punto de nacer en la boca de un lobo con ojos de hombre. 

1 comentario:

Adriana dijo...

el drenaje de la garganta. Eso me hizo recordar un cuento demasiado grotesco y lamentablemente real que mejor no te lo digo para evitarte pesadillas.... besos!