jueves, 7 de abril de 2011

Orquidiario


Ella: Tomé otra ruta para regresar a casa, una calle menos transitada y, por ende, más pacífica. Las pocas veces que he pasado por ahí, me queda la sensación de que nadie vive en esas casas, a pesar del meticuloso cuidado porque mira qué bonitas las paredes y los jardines y esa vasija de cerámica que parece el residuo de un naufragio, puesta allí como un trofeo muy antiguo. Ya el sol no incide tan directo en la piel, no apuro la línea hacia la casa, no hace calor. Mientras avanzo dejo caer la mirada sobre los jardines, el verde es el color más importante del mundo, pienso, y sigo un pie y otro pie hasta que ojos contra una bandada de orquídeas que atravesaba inmóvil la terraza de una casa azul. Me detuve como si un infarto, porque las orquídeas y yo tenemos, cómo explicarlo, las orquídeas y yo, simplemente. Me acerqué a mirarlas, me importó poco la propiedad ajena -el que no quiere que le roben las flores que las esconda, pensé-, así que planté cada ojo con su zapato hasta que fantasma desde la puerta hacia las orquídeas, un fantasma con cara de señora que lame vinagre. Podría decir que me asusté, pero sería una afirmación imprecisa, yo me sentía en mi pleno derecho porque todas las orquídeas del mundo me pertenecen, algo tácito entre las orquídeas y yo. El fantasma me acusó de querer robar sus flores y qué iba a decirle si era cierto, si las quería todas en el bolsillo de mi casa, yo la acusé de ser un fantasma...

Será continuado

Él: Había un bosque de toallas blancas ondeando hacia el horizonte de más allá del este y un sendero de piedrecitas puestas en fila para señalar el camino desde las afuera a casa. Aquella noche la luna iluminaba el bosque y un cielo como meditabundo sonreía con estrellas adormecidas. Tú caminabas despacio, como dejándote querer en cada vaivén de tus caderas, y cantabas aquella vieja canción de janis joplin. Me preguntaste con tus ojos luceros si me iba a quedar hasta el alba y yo supe que sí. La canción se desgranaba como si no se supiera canción hasta después de cada nota, yo intentaba ordenar los pensamientos de cuatro en cuatro, pero ellos me salían de seis en seis. Te seguí andar como quien no anda a ningún sitio, rozando con tus labios alguna nube de esporas recién descendidas del mismo sitio donde los cielos, ronroneando como tu gato Abel rozando los arco iris de las gotas de rocío con tu aliento. Te seguí subir la colina y bajar lentamente hasta el arroyo, te seguí pensar quieta, muy quieta, cada una de las mil palabras con las que habías tejido tu niñez. Te seguí acariciar una caracola que soñaba el mar, una pipa que dibujaba el mar, un mar que delineaba el horizonte. Cuando llegaste cerca de tu morichal te sentaste a escuchar su rumor y te adentraste en la choza aquella en la que una noche viste la luz de un candil escribiendo en la oscuridad las señales del amanecer. Luego vino otra vez el camino y una casa amarilla como la de Van Gogh y unas cuentas de colores que jugaban entre ellas a adivinarse los sentidos. Caminamos por la noche descolgando tus luceros y rodeamos el jardín de la casa. Estaba llena de orquídeas azules y grises y rosas y sin color. Había una orquídea sin color abierta como un clítoris húmedo, me dijiste, y también una orquídea negra que estaba destinada a la hija del gobernador. Me besaste suave, como un recuerdo por venir y la señora de la casa te quiso regalar una flor y tú dijiste que no con una sonrisa que sabía querer.





2 comentarios:

Noelia Palma dijo...

a Ella... mi beso de flor!

:)

a los dos, un gran abrazo...

Luna dijo...

Que las orquídeas tienen dueña, todas. Tambien las de los jardines del cielo y los pensamientos. Existe un jardín de orquídeas pintadas con colores inventados, regadas con gotas de lluvia acuareladas de recuerdos y sonrisas que, cuando ella pasa, bajan los luceros de la noche para habitar su querer.

Esto ya sabe a súper sobredodis...