martes, 5 de abril de 2011

Hendiduras

Ella: El muelle es larguísimo, se extiende hasta el centro del lago. Apenas una ráfaga agita la piel solar del agua. El hombre se sienta, no deja de mirar la puesta de sol mientras se acomoda en los tablones de madera. Coge el libro, lo abre en cualquier página, hace apuntes en la libreta, luego inhala el color rojo de la tarde hasta que se tensan los pulmones. Intenta espantar los mosquitos que a esa hora de la tarde se multiplican, escribe un nombre, mil veces un nombre en la libreta, luego repasa la hendidura de tinta verde en la página, la hendidura en el contorno del nombre, la besa a ella, a través del nombre, y ella, al otro lado del lago, siente la impresión de unos labios en la mejilla. 

Él: Sus ojos eran dos luceros negros y plutón había dejado de ser planeta. Eran dos datos aparentemente incongruentes, pero cualquier observador que fuera capaz de proyectar un triángulo escaleno entre las puntas de sus pies empinándose para llegar al visor del telescopio, sus ojos brillantes haciendo esfuerzos para focalizar el universo y su sonrisa de luna recostada en el borde de una confidencia o de un te quiero, enseguida se hubiera percatado que cualquier cosa de este mundo podría dejarse pasar menos el hecho de que unos ojos iluminaran el cielo hasta convertir la noche en estrellas y a plutón en un corazón incandescente apuntito de palpitar. La secuencia de sucesos no está completamente registrada, pero se sabe que lo primero que tuvo lugar fue un sueño sobre una barriga. Lo segundo, y sorprendentemente anterior a lo primero, fue un juego en el que se juntaron dos porqués. Lo tercero fue un viaje alrededor de Meliès, lo cuarto el mismo catalejo de lentes convexas y los órdenes siguientes se descompusieron la corbata y el rito de casarse cada día mirándose las almas llegó a ser tan saberse juntos a cada segundo siguiente, a cada luna creciente que se arrimaba gustosa hasta el mismo hocico de Plutón. Del porqué el astro fue despojado de su condición de planeta no podemos saber, pero sí sospechamos de confabulaciones y reuniones elípticas de las que dan vueltas sin ton ni son hasta que alguna insidia se vuelve daga y velo y pasos amortiguados por un silencio culpable. Dicen que fueron los planetas sin nombre los que comenzaron la trama, que alguno de ellos ridiculizó el sinsentido de un planeta sin órbita, otros dicen que fue la simple inercia de una gravedad inexistente más allá de cualquier experiencia humana o que el recuerdo de las letras de Poe actuó como condena irremisible. El caso es que plutón perdió su título de planeta y su letra mayúscula y ahí lo tenía yo en esos mismos momentos en que dos luceros como ojos de ciervo dibujaban las estrellas en su noche. Ella estaba aupada al telescopio del observatorio, en el pueblo de Greenwich, a pocos metros del meridiano cero. Sus puntillas de bailarina se balanceaban al ritmo con que sus ojos describían el triángulo escaleno entre la luna y el deseo. Yo sujetaba su cintura y olía sus caderas con el sucedese de mis dedos bajo su falda, ella sonreía luna reía noche miraba quieta el transcurrir de lo equívocamente llamado infinito. En la lente del catalejo se dibujaba Pluto.

1 comentario:

Luna dijo...

Un nombre, eternas las veces que lo siente. Entonces aquellos ojos de infinto cielo, sostenían el deseo creciente de habitar su nombre, de quitarle los silencios.

Otra sobredosis!