sábado, 19 de marzo de 2011

Sobre cómo pintarse el cuerpo

Ellos: 


Lado A: Los colores iban cayendo del pincel gota a gota. Nadie podría haber adivinado de qué color sería la siguiente gota, pero de una forma que el que esto escribe no sabe explicar, cada gota se pintaba de todos los colores en su caída, como si un arco iris intentara encontrar una salida al reflejo de su calor. Quizá eso era una lluvia. La pintora llevaba su bata blanca constelada de rojos y amarillos y púrpuras, en el lienzo su retrato dibujaba trazos de mar y algas y caracolas acostumbradas a sonar por detrás de sí mismas. La arena era una nube de minúsculos granos de cristales y feldespatos con aroma de café recién molido. Por la ventana luz, por el suelo corrían las canicas del sueño y la risa se desperezaba a poco que un silencio no estuviera atento. La mañana y el lienzo blanco y Violeta pintándome un retrato. La bata entreabierta, el ombligo mirando y el tiempo entresombreado. Yo nunca pude ver mi retrato, por alguna magia que tampoco puedo explicar, cuando volteaba el mundo para ver lo que ella, yo ya no estaba, en el lienzo sólo podía ver uno de sus poemas. Había días que de un salto intentaba ponerme al otro lado de la realidad y sorprenderme congelado en sus trazos, pero el cielo se cambiaba de traje mucho más rápido que yo y de nuevo en el lienzo sólo palabras de colores y su sonrisa jugando a quererme a las cuatro esquinas. Otro día le pregunté para cuándo pensaba terminar mi retrato, cuándo podría verme como ella me veía, y de nuevo su sonrisa me susurró un nunca podrás verte como yo te veo porque entonces ya ningún color podría sentirse gota y beso y quiero. Las palabras jugaban al corro y se pintaban de colores, las líneas eran como mapas donde las geografías fruncían los horizontes para acariciar su boca. El lienzo es la playa donde nuestras huellas se encuentran.


Lado B: Cerrar la mano sobre el pincel para bosquejar el mundo exterior era difícil, tanto como relajar los músculos en el ombligo de un orgasmo. Violeta contaba las líneas, guardaba trazos en la esquina roja de su bata, racionaba las gotas de pintura que le exprimió al bosque. Quería usarlas para retratar el lado oblícuo del aluvión, la concatenación de ráfagas que luz en los poros ante su piel tibia, quería decir tantas cosas con imágenes, mirar su rostro apareciendo bajo el pincel , que al final, cuando miraba el cuadro -sin terminar siempre-, lo que encontraba era un poema que, justo en el espacio que hay entre un segundo y otro, se abría como un arrecife para unir las huellas de un lienzo. 

2 comentarios:

Luna dijo...

Violeta, ella arcoiris pincel, pinta el rostro del poema y un cielo de sus huellas. Entonces Big Bang, de líneas y orillas tibias, de segundos de colores en las manos. Siempre.

Y uno vuela, es inevitable. Saludos.

Susan Urich Manrique dijo...

Luna, qué linda eres, de verdad. A veces tus comentarios son poemas.