domingo, 20 de marzo de 2011

De cómo una historia se hace inmune al óxido del tiempo

Él: El camino hacia el castillo es tortuoso, empinado, con decenas de revueltas en las que nunca ninguna esquina mira hacia la misma calle. Los embozos se cruzan y se saludan con una persignación, a veces es mediodía, a veces medianoche, pero siempre la oscuridad encubre los corazones. Se oyen campanas que suenan como almuecines, se oyen pasos apresurados y susurros recelosos de serlo. Hay como una magia flotando en humo blanco, es el vaho de tu boca dibujando en el aire las fórmulas secretas de cómo convertir los relojes en cofres donde guardar mañanas. A mitad de la empinada colina hay una casa abandonada, tú siempre has querido que fuéramos hasta allí. La nieve se vuelve sucia bajo su porche, tiene ventanas góticas y sombras que se desfenestran desde ellas, cristales rotos colgados de algún sol muerto, atardeceres tristes mirando desde los umbrales temerosos y justo en el centro de la puerta principal hay un aldabón, una mano que fue dorada sujetando con fuerza la esfera negra del mundo. Entramos despacio, con la prevención del que no quiere creer lo que sabe, y tú me coges fuerte la mano como para borrarme cada una de las líneas que me has escrito en ella. Hay una escalera de madera desvencijada con el señorío agujereado en algunos escalones. Subimos crujiendo las maderas y nuestros pulsos. Sobre el hueco de la escalera se balancea una lámpara con lágrimas, arriba de ella una gran vidriera cierra en cúpula con la figura de un dragón que vuela sobre la noche. En el primer piso hay un gran salón de baile, en su centro una mesa de comedor  con ocho sillas alrededor, en una silla hay un rabino sentado. Es el rabino Löw jugando con arcilla. Tras el rabino hay un ventanal que ocupa toda una pared, unas cortinas rancias se descuelgan sin pudor del techo. Nos acercamos hasta la ventana. Una luna inmensa ilumina Praga. Todo es tan mágico que no me extraña oír tu voz cantándome una canción al oído. Los tejados de la ciudad aparecen dormidos y brillantes. Paso mi mano por tu cintura y la aprieto fuerte. Todo es tan real como la sonrisa de la luna.


Ella: Se sienta al borde de la página en la postura de siempre: un espasmo que endereza su espalda, como si le atravesara una descarga eléctrica, el hilo de una descarga eléctrica recorriendo el espinazo. Se sienta sin bosquejo inicial, a causa de la urgencia, el saberse habitada por un rostro diluído en cada poro del sueño. Se sienta y escribe como si las palabras fueran una prolongación de su cuerpo, las ondulaciones vibratorias de su cuerpo que abren la boca para pedir una cartografía de piel, la trenza mortal de las piernas en la mañana que café y orgasmos y algo más que no puede tocarse pero que, aún así, es más real que toda cosa palpable bajo las manos. Se sienta y escribe una historia de final impreciso, con matices de árbol, para no sentirse tan pequeña ante la muerte mientras flota, para prolongar más allá de su propia vida la vorágine de luces que arremeten cuando sus ojos. 

1 comentario:

Luna dijo...

Sonríe cómplice la luna habitando tejados nevados. Él y sus manos le abrigan el alma, le aprietan la vida. Las palabras le escriben el cuerpo y la piel es un mapa de la memoria que el tiempo no puede oxidar...

Me fuí a Praga...