miércoles, 16 de marzo de 2011

El teletransportador

Ella: Cuenta los billetes al vender la última caja de incienso. Los recorre con el tacto, los frota, aproxima el oído para identificar  las marcas en relieve, disfruta el sonido áspero que emite el papel moneda. Sonríe, se lleva una taza a la boca y sonríe; ignoramos el contenido de la taza pero se cree que algo caliente en las papilas, algo dulce como un diente de azúcar. Detrás de los lentes oscuros que jamás retira de su rostro no hay nada,  tiene los ojos en la punta de los dedos.

Él: En tiempos de Jan Huss ya se conocía cómo. La nieve y la chimenea parecían atraerse en un no sé de blancos y humos y llamas que se volvían azules de frío. El hombre pelirrojo cubierto con la pelliza manchada de barro y hambre acostumbrado a dormirse para no saberse. El yunque bajo el cobertizo bailaba las espurnas entre la escarcha, el viento dibujaba eses entre el suelo y las huellas de los animales parecían recordar el estío y el valle. El método era tan sencillo como soplar la llama y el vidrio empezaba a engordarse como un globo de azúcar y caramelo. Al principio era del color del fuego, luego del color de la nada, luego del color del sueño; al principio se convertía en mundo, luego se dibujaba un aura, luego se quebraba en figura y sombra, en paso y descanso, en vida vacía para llenar de suerte. Luego venían los segundos y otro soplo y el vidrio se hacía otra vez llama, otra vez tierra, otra vez agua. El hombre pelirrojo le daba forma con su hierro, con su soplo, hasta convertirlo en piedra sin colores, en adentro y fuera, en silencio y espera. La técnica consistía en sentirse allí, rodeado por el vídrio, botella y barco, cerrar los ojos y desear muy fuerte. Entonces el tiempo se convertía en lluvia y los horizontes se ablandaban y la distancia se cubría con un latido. Sólo había que desear estar para estar y la tundra y la nieve se convertían en un morichal y un sol naranja y unos labios de beso y un guacamayo azul señalando el destino.

1 comentario:

Luna dijo...

Ella sonríe con las manos mientras él sin saber sopla vida en una botella y señala su destino.
Teletransportada yo, leyendo...