miércoles, 9 de marzo de 2011

Mirada y grieta y sueño

Ella: La grieta -enfermedad vertical entre la boca y los pies- me reduce al espesor de una línea. Con el ojo plano es difícil percibir la curvatura de la ciudad, los dientes que al fondo de la plaza se hunden en el muslo tibio, esa nomenclatura invisible de fuerzas que, al chocar, se equilibran y aportan al escenario una tensión dolorosamente anónima, dolorosamente bella. Mis pupilas se abren y aferran las uñas al entorno, reconozco el sistema de fisuras, puedo ver en qué punto se quiebra la realidad. Me siento, en la acera me siento a caminar desde los ojos, me detengo; súbitamente he encontrado mi espacio para herir el patrón circular: la hendidura en la cabeza que la mujer de ojos castaños disimula bajo un chal. 

Él: Me dijo que le susurrara este cuento al oído:

Una de las veces de todas las veces el tiempo se disfrazó de espera y sus saetas comenzaron a tejer una larga capa para el rey de los otros. Cada puntada ocurría al revés, como viniendo de siniestra a diestra, como desenhebrando los suspiros, como parándose sobre un solo pie. Empezó a tejerla un jueves santo, día no extraño a los rumíes, pero poco habitual en los cedros del Líbano. La capa era de seda y su color no tenía color, quizá tornasolado, me apuntó ella, quizá, le dije, sin querer perder el hilo. Su bordado empezaba en la misma orilla de los píes y continuaba un camino sinuoso que quería reproducir todos los caminos de esta tierra, desde los Cárpatos al Sacromonte. Cada puntada una piedra, cada puntada un paso de un anciano recorriendo el camino de vuelta. El tiempo era una anciana encorvada sobre el tul, un amago de ir a ser, un olvido de haberlo sido. Todo se quedó quieto y dispuesto a desplazarse con la lentitud de un cienpies dándole cuerda al reloj de la torre del rey. Entonces el peón movío cuatro dama y el tablero se colapsó en su mismo centro. El tic tac y el péndulo bailaban muy juntos, el sudor se convirtió en gota, el dolor provocó una sonrisa resignada. La aguja tejía, la tela se revolvía, la arena llovía, la capa estaba terminada. El rey se vistió y recordó el cuento del rey al que le regalaron una  capa invisible. Se asustó y corrió a mirarse en un espejo donde se reflejaba la luna, entonces sonrió satisfecho: él era el rey luna. Y se rompió, la luna estalló en mil pedazos y del fondo del espejo empezaron a salir pelusas como conejitos, todo el tablero se llenó de pelusas y el alfil movió su diagonal para amenazar un jaque que sólo podia suponer un cambio de piezas. El rey se retorció en un enroque y un sacrificio de peón doblado permitió proyectarse a la torre. Ella dormía en su foto, tenía ese aire de abandono que a todos nos hacía creer en ella. Le pasé el dedo por la frente, como recorriendo una senda, y luego le dibujé la boca con mis labios, su aliento empañó mi aliento y una mariposa de colores boqueó en nuestro estómago. Despertó y movió caballo. El rey se abrió la capa y enseñó sus genitales entre el clamor del pueblo. Fue la revolución. Ella rió y me caracolilló el pelo. El tiempo comenzó de nuevo a andar.

1 comentario:

Luna dijo...

Difícil, no. Imposible un comentario. Releí no sé ya cuántas veces. Me quedé en los textos.