martes, 1 de marzo de 2011

Dos centímetros de realidad

Ella: La realidad se mueve dos centímetros hacia la izquierda, es por eso que cuando trato de apoyar el vaso repentinamente, charco de leche y vidrio en el suelo. La psiquiatra dice que la realidad dejará de moverse pronto, que si usas estas pastillas azules la mesa dejará de trasladar su esquiva superficie, también los libros dejarán de morderse las uñas, quedará estática mi imagen en el espejo y, cuando mi reflejo se arranque a mordiscos una anchísima colección de poros, no seré yo quien reciba el zarpazo dentado en la piel. Me voy, pastilla en mano, a recuperar dos centímetros de la realidad que he perdido, pero; al cruzar la baldosa tenue del no retorno descubro que es mejor esta nebulosa temporoespacial, que el gesto rígido de un reloj que no perdona.

Él: Sé que igual no queréis creerme, pero os juro que estaba lloviendo a mares y la tierra seguía más seca que la tumba de mi madre. No sé por qué coño sería, pero diluviaba, la lluvia me había empapado hasta las ojeras, y el suelo seguía seco, seco como el polvo. Todas las fotografías estaban desparramadas por el suelo, pisoteadas por la lluvia que no llegaba a mojarlas, y el humo del primer cigarro desde hacía quince años me cortó los pulmones y sonreí porque ese fue el dolor más dulce que sentí desde que sus labios. Las fotos habían formado un mahjong siniestro en el que la primera de la pirámide era una imagen de ella dormida como si ningún pensamiento se hubiera engañado aún a sí mismo. Su rostro, sus labios formando una ensoñecida cima, su pelo acurrucando todo ese dormir de la vida, del sueño, de lo que alguno de vosotros siquiera se engañe en recordar como infancia. Grité con tanta desesperación que el eco me desgarró los tímpanos, pateé todas las fotos, las descuarticé con mis dedos desollados por tanto morder, por tanto morder. Su sueño seguía siendo todo lo que yo había querido, pero oírme, ni siquiera su sueño fue suficiente. Y la lluvia, la jodida lluvia empapando cada uno de los centímetros que me separaban del suelo. Un día ella cogió mi mano y leyó cada segundo de los que vendrían. Todo era tan maravilloso, tan cool. Otras veces simplemente paseábamos y ella recitaba a Alejandra. Las nubes jugaban a seguirnos y nosotros jugábamos a seguirnos. Todo era naranja hasta que se ponía el cielo patas arriba y el diluvio nos recordaba que cualquier segundo era ya pasado. Se me quedó la colilla del cigarro pegada a los labios, me dejé caer de rodillas sobre un charco sin agua, creo que recé de forma inconexa al niño que algún día creí ser, pronuncié su nombre para que todas las flores se llamaran como ella.

2 comentarios:

Adriana dijo...

especulaciones tuyas nada mas :)

especulaciones especulares

y no sabemos de que color son todavía :)

Luna dijo...

Es entonces que dos centímetros a la derecha nivelan las agujas del reloj. Imperdonable se hace la lluvia, que no moja como sus labios. Grita y no se oye ni el sonido de un segundo. Ese metálico segundo naranja que pintaba un cielo de otro color. Violeta.

Hoy tuve sobredosis de Cinco minutos....sabrán disculpar.