domingo, 27 de febrero de 2011

Desconcatenación de sucesos

Él: Cuando Violeta estaba pequeña tenía un amigo invisible que se llamaba Paco. Las noches de lluvia los dos se escondían en el cuarto de la ropa a inventar historias. Paco le contaba que en su mundo invisible las flores sólo se distinguían por su olor y las espinas de las rosas dejaban un rastro de sangre, también invisible, por el que los ríos aprendían a correr. A veces le contaba la historia de la bruja calva, una terrorífica mujer de más de cuatro metros de altura y con un ojo de cada color. Violeta se acurrucaba entre las sábanas y hacía la voz del viento: “¡¡¡sooooooooyyyy la bruja sin peeeeeloooooo…!!!” Paco no podía parar de reír porque Violeta tenía pinta de todo menos de bruja sin pelo. Una de esas noches Paco se puso a llorar desconsoladamente y, cuando Violeta le preguntó, le contó que ya no podía ver, que la bruja calva le había quitado los dos ojos para hacerse un collar. Violeta no se lo podía creer, pero como tampoco había visto nunca los ojos de Paco, pensó que no sería tan importante si él era invisible. Paco le explicó que no era así, que precisamente lo único que puede hacer alguien invisible es ver, porque sin ver ni ser visto era como no ser. Violeta comprendió que ahora lo único que le quedaba a Paco era oír, así que comenzó a tocar su violín como nunca lo había hecho. De pronto el cuarto de la ropa se llenó de notas flotando en el aire. Eran mil notas de colores que caían como si se deslizaran lentamente por una cuerda invisible hasta posarse en un cuaderno abierto de par en par. Cada nota se convertía en una letra que se juntaba con otras para ser palabra hasta convertirse en una historia preciosa. Nunca más oyó hablar a Paco, pero desde entonces cada noche dibuja una historia de letras en aquella libreta.


Ella: De cómo descubrió los dispositivos bajo la piel y luego los hilos, como una serie de cordones atados a las extremidades, hablaremos en otro momento. Nos interesa empezar esta historia desde la punta oblícua, es decir, desde que JL cruzó la calle y una película transparente, flexible, le impidió regresar al mundo tal y como lo conocía. Llovía, entre los dedos cáscaras, viscosidades, pulso irregular y sangre endureciéndose en la cabeza. Pensamos que llovía porque charco en el zapato justo antes de la luz verde, pero nadie puede asegurarlo, hemos disertado largas horas sobre si precipitaciones o no pero como cada uno en sus asuntos mimetizado, pues dejamos escapar ese ínfimo aunque importante detalle. Se sabe que los narradores -aunque se diga lo contrario- de omnipresencia nada, que sirva este documento para subir la queja, tenemos ocupaciones que impiden registrar sucesos menores como la lluvia o esa mirada gris de la señora gorda que gladiolas y churros de chocolate en la mano. El caso es que charco en el zapato antes de la luz verde y distracción milimétrica, algo como un pájaro, no podemos asegurarlo porque justo en el momento del golpe tomábamos café y escurríamos los ojos entre los pechos de la mesonera que, si bien no quería darle el teléfono a mi lado izquierdo, pues con mi lado derecho estaba fascinada porque siempre me saco del estómago un guijarro o una burbuja metálica, no hay mujer que se resista a una burbuja metálica.

1 comentario:

Luna dijo...

Violeta niña, Paco ojos de violín y mientras JL separa la historia de una burbuja metálica, de un charco viviendo en un zapato.

Ustedes me hacen imaginar cada cosa !!!