domingo, 13 de marzo de 2011

Abrir el sueño y cerrar los ojos


Él: Atravesar caminos llenos de barro y sapos saltando verdes por las veredas con sus gritos de lemur asustado. Llover a chorros toda la tristeza de Oliverio, caminar a muñones por todo el tiempo engrumado de betún y de zapatos rotos. Amaneció como si se encendiera alguna bombilla amarilla, sin ganas de despertar. Los charcos reflejaban sus caras en las mías y yo jugaba a chapotearlas como si así pudiera borrar cada nuevo paso, quería un nuevo camino, una nueva revuelta que me llevara a otros días a otros tiempos, pero todos los caminos se ataban a sí mismos para llegarse siempre al mismo sitio. En la playa todo estaba devastado, el agua me llegaba por las rodillas y los restos de mil barcos destrozados tropezaban y me herían las pantorrillas. Caí varias veces e intenté no levantarme, pero la fuerza del mar era tal que me ponía de píe como uno de esos muñecos que no se pueden tumbar. Me sumergí completamente y seguí andando por el bosque azul, una sirena sin cola lloraba desconsolada y un alacrán gigante la engulló. Todo estaba lleno de popilos y grité desgarrado que no quería sopa. Me desperté, su sonrisa seguía allí haciéndome caracoles en el pelo. Me dibujó con acuarelas durante mucho rato, exigiéndome que no moviera ni un poro de la cara. Cuando me enseñó el dibujo vi a un hombre tranquilo, sonriente, que parecía inventar una historia para ella. La aguada parecía contener corrientes, mareas, reflujos que me atraían, que me sujetaban a su profundidad como si estuviera atado al mastil de Ulises. Poco a poco volví a dormirme, entonces la vi a ella tocando el violín en una plaza de Praga. Estaba tan concentrada y seria que parecía que el violín la tocaba a ella. La música me llegó como desde dentro, era la partita número dos. Me acerqué hasta poder rozar su cabello, sentí un calor en mis dedos que me produjo un gran bienestar. Cuando terminó de tocar levantó su mirada hacia mí y me sonrió, entonces supe que ningún camino importa.


Ella:  Llegué a tener una relación íntima con las pesadillas. Un diálogo de silencios me ataba a ellas involuntariamente. Siempre una sombra detrás de la puerta, algo fuera de lugar que deseaba mostrarse para anular el frágil equilibrio de mi mente. Hace años soñé que una masa de agua abría la boca y me engullía, el líquido se estrellaba contra mis pulmones, me ahogaba. Alzaba las manos para aferrarme a un borde cualquiera y cuando estaba por rozar con los dedos la orilla de mi propia cordura, un fuerte retroceso me arrastraba al útero de la vorágine. Al final de las pesadillas luzco frágil, ligeramente azul, liviana, mis manos flotan como un adagio, desaparece el gesto crispado, me había rendido. Hoy mi relación con las pesadillas es más saludable, ya no pueden cruzar la frontera hacia la vigilia, se resignaron a la habitación tenue que está al fondo de mis ojos; esto a razón de una presencia que me habita el hueso y que, sin saber demasiado bien cómo, extrae la sombra desde tuétano y la sustituye por el verdor de unas pupilas que se abren ante mí como un bosque. 

2 comentarios:

Fco dijo...

Es muy interesante esta bitácora que ya conocía de antes. Estos duetos me parecen una manera estimable de motivarse el uno al otro. Los escritores son a veces egocéntricos y hasta egoistas pero no es vuestro caso.

Un abrazo, mi querída Susan.

Luna dijo...

Es verdad lo que dice Fran. En mi caso aprendo.

Saludos.