martes, 22 de febrero de 2011

Trazos de nube azul

Ella: Los trazos desmentían su edad; eran precisos, ni vestigio de duda en la mano que sostenía el pincel y que, a su vez, se deplazaba en lentas contorsiones para curvar las líneas. Describía los materiales articulando la menor cantidad de palabras, hablaba con el cuerpo, gestos cortos para afirmar o negar desde los ojos. Luego pintaba, decía algo sobre llenar los pulmones con lentitud, retener el aire, desprenderse de él a ritmo sostenido, algo sobre sentarse en la postura correcta, permitir la circulación sanguínea, algo sobre sacarse la angustia del cuerpo, salir del cuerpo y dirigir la mano desde el techo o no, no, preferiblemente desde la ventana donde pájaro azul y nube se fusionan. Debo reconocer que no presté la debida atención porque no podía concebir que un hombre vacío de sí mismo pudiera dibujar con semejante destreza.

Él: Su muñeca se inclinaba formando un ángulo de exactamente 34 minutos y 42 segundos sobre el lienzo. El carboncillo osciló diestro hasta colocar el flequillo y un tenue trazo que se acomodó como el hoyuelo de la barbilla. Los movimientos eran tan rápidos y precisos que parecían proseguir a las líneas oscuras o grises, gruesas o simples esbozos de una huella. A los pocos minutos la cara salió del lienzo como si se hubiera desprendido del embozo de una sábana. Violeta extendió en perpendicular el carboncillo frente a ella, guiñó el ojo izquierdo y calculó cuidadosamente la perspectiva, los puntos del fuga y la línea del horizonte tras el rostro que la sonreía. Así, con los ojos entrecerrados la realidad empezó a desperezarse y la humedad se convirtió en ensoñación y lejanos murmullos que parecían venir del cuadro. Prestó atención sin permitirse variar su punto de mira, el murmullo eran unos cánticos que procedían del morichal, justo a la izquierda del hombre que la miraba. Era un grupo de niños que parecían avanzar en procesión mientras cantaban una canción de Bob Marley: No woman, no cry. Poco a poco el reggae se apoderó de la superficie y se despegó de ella hasta invadir la vida y la lenta somnolencia del pasar el tiempo mirando aquel horizonte del que no dejaba de salir gente, música, de mil colores de sabor. Violeta abrió de par en par ambos ojos, la risa le caía por las caderas, se arrimó hasta aquellos labios aún húmedos y pintó en ellos los suyos. La clase de óleo estaba a punto de empezar.

1 comentario:

Luna dijo...

No llores,
dice la canción.
Y Violeta ríe
en una paleta
de mil colores
mientras
el óleo de la vida
la cubre toda.

Violeta me puede, es irresistible.
Saludos muchos.