domingo, 13 de febrero de 2011

Toco tu boca



Él: Cada día la sombra avanzaba dos minutos más, aquella tarde ya llegaba casi a sus pies balanceándose en la mecedora al ritmo de sus pensamientos. El sol se recogía poco a poco abrigándose entre sus nubes naranjas y los azules sarpullían el campo de noches y sonidos de lechuzas blancas. Era el mes de mayo y el cielo se corría poco a poco hacia el verano. Los gatos iluminaban la espera de Violeta leyendo a Cortázar en voz alta, cantando a Manzanita y sintiendo el silencio como un terciopelo besando su garganta. Toco tu boca. Violeta pensaba en su mecedora de pensar con su sonrisa puesta a esperar que yo llegara desde atrás y le tapara los ojos para besarle con un quién soy y su risa me llenara de guirnaldas y sus manos me abrazaran las mejillas y sus dedos comenzaran la romería hacia el orgasmo. Violeta a veces tiene miedo. Ella no sabe por qué o sí lo sabe, pero el caso es que a veces lo adentro se le vuelve afuera y todo parece un poco del revés y las sombras se comen todo el tiempo y a veces cuesta respirar, a veces cuesta. Violeta a veces se brinca a las estrellas y las pone a cabalgar como si fueran caballitos de mar. Yo la miro ir y  venir y se me vienen a la vida dos o tres vidas, ella me cuenta la historia de aquellas brujas irlandesas que dibujaban el mundo del color del musgo, poco a poco me voy quedando dormido y ella se me ahueca en el sueño y me acuna con sus caderas. Violeta a veces me habla de los átomos y del efecto mariposa. En esos momentos el miedo se desescarcha como si nos llovieran migas de pan.


Ella: No los vieron. Cruzaron el puente y al otro lado los esperaba un taxi rumbo a la estación. Caminaban entre una pausa y otra, se miraban como si quisieran estrujarse las manos con los ojos. Iban diciéndose mil cosas en silencio, un diálogo de gestos milimétricos unía sus poros, como un cordón umbilical que de manera tenue hacía vibrar los átomos a su alrededor. Qué manera de sembrar esferas, una película de invisibilidad ponía bajo llave un mundo al que solamente ellos tenían acceso. Se irían a ninguna parte, lejos, se dejarían cubrir lentamente y así, entre nervaduras, los paisajes en fuga desde la ventana serían ráfagas boscosas de luz natural en las venas. Abordarían el primer tren disponible, fingirían no conocerse desde la médula y se sentarían a la víspera de un café como si nunca más, en los días venideros, pudieran encontrarse, salvo en esos minutos del juego, del mira cómo se atreve la boca y lentamente aunque sin pausa las manos, el cuerpo sobre el cuerpo y un estirarse blanco de los ojos que hunden los dedos en las nubes. Beberse en minutos la sangre de un siglo y así, aún sabiendo que los esperaba la cama de siempre, las costumbres religiosamente ejecutadas, tendrían la vorágine de pétalos que tan cielo de agua flota bajo la luz de la incertidumbre.

3 comentarios:

Luna dijo...

Violeta
en un campo de noches,
pronto cielo verano.

Canta
y toco su boca,
su risa guirnaldas.
Respira
y miro sus miedos,
sus dos o tres vidas.

Y puedo Violeta,
sentirte del otro lado del mundo.


Un día voy a tomar prestado sus textos, claro, con su permiso. Susan, ya sabes. Violeta me puede.
Un enorme saludo.

Susan Urich Manrique dijo...

Luna, puedes tomar los textos prestados cuando quieras, creo que si te inspiran para escribir, entonces vale la pena. Qué bueno que te agrade Violeta. Un abrazo.

Luna dijo...

No es inspiración, son las palabras de los textos, solamente le puse un final de historia. Que es lo que provocan ustedes en definitiva: imaginar.

Saludos de domingo, no sé, pero hoy sabe un día triste.