jueves, 10 de febrero de 2011

El retrato


Robert Doisneau: Fox terrier au Pont des Arts (1953)

Ella: Se cree que el hombre miraba el cuadro, el gesto preciso con que el pintor hacía nacer los contornos. Se cree que miraba esqueletos de árboles, la neblina emitiendo un susurro gris que atenuaba los bordes de las casas. No miraba al can ni se había percatado de la mano -su mano de robar carteras- que aflojaba la cadena y que, segundos más, segundos menos, estaba a punto de otorgar absoluta potestad al perro de recorrer el muelle a sus anchas y morder talones de transeúntes, porque su amo estaba inmerso en la visión de una mujer posando para un pintor que, con un gesto preciso, hacía nacer en el lienzo los contornos de su cuerpo desnudo. Su piel tiritaba bajo el susurro gris de la neblina que atenuaba los bordes de las casas, él temblaba con ella desde los ojos, en el mismo ángulo inestable que al inicio adoptó para dilucidar la escena. Ni sombra o huella del mundo exterior, lentamente el pintor desdibujado como una línea menguante, también la niebla, el muelle, el faro y el perro pasaron a formar parte de la inexistencia creada, como una trampa de espejos, por la mirada fija del hombre que, según documento o carnet en el bolsillo, respondía al nombre de José Luis Tomás Porta y era funcionario. Nadie sabe en qué momento José Luis tomó la cámara y, sin soltar la cadena, ni abandonar el ángulo inestable desde el que hundía los ojos en la piel de la mujer, hizo una fotografía que, sin obviar los esqueletos de los árboles, captó la apenas figura de una mujer desnuda en el lienzo del pintor que comenzaba a perfilar sus contornos.


Él: Las miradas transitan desde el gris ahuecándose en capas de atmósfera. Es una perspectiva caballera, la del caballete, y también una perspectiva aérea, la de las motas de eso que llaman visible que se agolpan sobre sí mismas empastando el segundo quieto de eternidad. Los verticales se enhiestan orgullosos, un poco indiferentes de ser modelos, visiones o certezas, faros sin luz, farola de día, espasmos quietos sin rostro, árboles moviéndose en su quietud desramada. Y al fondo lo categórico, la ciudad, los tejados. París, sabemos que es París y la diagonal se cruza en nuestro camino, la frontera del sentido, el cruce de las sombras y el hombre y el perro que nos mira. El perro nos retrata. Nosotros somos su fotografía, lo de fuera del mundo, lo que no es y está, lo que quiere ser y no está. Todo se superpone a nuestra mirada espía, nuestra mirada prestada de sales de plata. El hombre flexiona la ortogonalidad, la dota de un quizá pero o de un si acaso. Y el perro nos mira, le mira. El fotógrafo nos oculta del tiempo, nos hace posibles delante de una realidad que serpentea. El tiempo se ha quedado atrapado en el papel engomado de un cuadro que absorbe todo lo que sintiéramos ser.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Esta chica escribe como si dibujara, y dibuja como si creara, y crea como si te pasara la lengua por las entrañas.

Luna dijo...

El pinta
un segundo de eternidad
en diagonales
de luz ciudad.
Dibuja el tiempo
en un quizás lejano.
Ella cuenta
que el hombre
atrapó desnuda la vida
en un retrato...

Que bueno es tener el tiempo para leerlos...
Saludos enormes.