domingo, 6 de febrero de 2011

Tiempo


Él: El cosmógrafo dibujó un mapa lo más extenso posible de aquella terra incognita. Había tardado semanas en cruzar el mar Océano. Había estado a punto de naufragar varias veces, había sentido el sudor cicatrizársele en las mejillas, la lengua hinchada por la sed, el sextante roto ya no entretejía las estrellas, su voz ronca sonaba destripada más debajo de la sentina. El cielo se precipitaba en un viento afilado por la lluvia y de pronto las olas le encallaron la vida en aquella playa llena de huellas distintas y de vegetación que nunca había podido imaginar. Llevaba un año y cuatro meses recorriendo aquella tierra que tan poco se parecía al orbis terrarum. A los pocos días de dar tumbos buscando agua y comida descubrió al primer indígena. Era un ser azul con tres dedos en cada garra y un plumaje precioso, como el de un colibrí. Cuando aquel ser se sintió observado desplegó unas alas inmensas y en un suspiro estaba volando a la altura que vuelan las águilas. Tras este ser vinieron los otros. Nunca pudo llegar a contactar con ninguno de ellos, eran seres huidizos que nada más percatarse de la presencia ajena se alejaban raudos de su cercanía. Aquella noche el fuego le servía de calor y faro, de protección y tibieza que le hacía adormecerse sin querer. Los sonidos eran los de siempre, habían pasado de atemorizarle a asegurarle que todo estaba como tenía que estar, sólo el silencio allí era señal de peligro y en aquel momento un silencio le agarró el corazón hasta hacérselo retumbar. Echó  con celeridad arena a la hoguera y con las últimas llamas muriendo se arrastró hasta el sotobosque de los primeros árboles. Le dio el tiempo justo para esconderse tras los troncos cuando a los rescoldos del fuego llegaron las primeras pisadas y con ellas unos pies descalzos, unos tobillos y unas piernas que ascendían entre la penumbra hasta completar el cuerpo tatuado de una mujer. La mujer se acercó paso a paso hasta donde él se escondía. No pudo decir cuanto tiempo transcurrió hasta que llegó a su escondite. Ambos se miraron durante mucho tiempo más. No había sonidos, la noche se había quedado muda, pero una luna inexistente hasta entonces comenzó a iluminar la escena. Los ojos de la mujer eran de un marrón transparente, su boca sonreía y sus labios parecían ligeramente hinchados. Se agachó muy despacio, como quitándose la piel, hasta situarse a la misma altura del cosmógrafo. Con curiosidad alargó su mano hasta tocarle la mejilla sembrada de vello. Primero fue un dedo, luego tres, toda la mano recorrió el cuerpo del hombre y le arrancó una costilla. Luego la mujer se alzó y se fue, muy despacio, como si todavía no se hubiera inventado el tiempo.

Ella: Tiempo: Distancia que hay entre todo ser vivo y la muerte. También es un sistema de referencia que anuda los tobillos e impide la debida rotación de las ideas. Una mente atrapada en el tiempo es una mente estrecha, obstáculo notable para los que han conseguido fabricar sus propios relojes. Muchos dicen que el tiempo es un invento del hombre pero hay motivos para pensar que es un invento del diablo, hasta ahora nadie ha declarado sus derechos sobre semejante idea por temor a la reacción de los que, queramos o no, estamos estancados en un ciclo de minutos que no han terminado de nacer cuando ya se han convertido en polvo, como ese en que se convierten las costillas al ser estrujadas enérgicamente con las manos. Algunos sostienen que el tiempo es maleable, pasadizos de aire conducen a un estado de conciencia alterado que permite estirar, retrazar o acelerar los segundos. Por ello se cree que medir la vida en años es una falacia, debido a esa forma en que los segundos se doblan hasta atravesar su propio ombligo, una contorsion que puede contener la caída vertical hacia adentro. Se cree que la vida debe medirse en libros, pupilas dilatadas, en manos sobre manos y cuerpos sobre manos y cuerpos, debe medirse en nubes que corren detrás de algo, en suaves lenguas de terciopelo, plumas de colibrí y árboles, en fin, que no en tiempo sino en cosas que no pueden medirse. Se reconoce que semejante invento es útil y, como todas las cosas útiles, intrascendente.

1 comentario:

Luna dijo...

Sin distancias entre las horas, de tiempo vestidos ella y él.

Un gran saludo a los dos.