miércoles, 2 de febrero de 2011

De casas vacías y otras metáforas

Ella: La casa grande, la casa enorme de morados nexos con la locura, la media puerta que se abre cuando la miro, porque cuando la miro la creo, la recreo. Me adentro en ella como si fuera un espejo que conduce a quién sabe dónde y qué importa. Yo camino o me camina la puerta de la casa grande, en este lugar no caben las preguntas de medio kilo que suelen abrirle a los bolsillos un hueco. Yo no sé, no quiero saberlo, yo camino y anémonas, yo camino y corales y algo como un poema hiere los ojos de mi poro abierto, de mi único poro, ese pequeño que rescaté del naufragio. Yo no sé cómo debo quebrar el lenguaje, cómo debo rajarle la cabeza a las palabras y pedirles que a mí no me den pájaro por cárcel, que es lo mismo y qué hace uno con el miedo, que diría Alejandra. A mí que no me den metáfora por gato aunque me gusten las metáforas. Si las miras de costado, un rasgo neblinoso cubre el suave contorno de su mano vacía, cada quien pone allí, en la mano blanquísima que es también azul, un guijarro y algún fósil, cada quien pone lo que puede según tiene, lo cierto es que los dedos azules que también son blancos, aunque llenos, jamás sostienen otra cosa que un puñado de aire.

Él: La casa estaba vacía. Las paredes blancas escupían luz a los ojos abiertos de par en par, alumbrando una soledad irrespirable, asombrados y ateridos, atornillados a esa nada inmensa que se le venía encima como una sábana fantasmal para cubrirlo todo. Nada. Ni un mueble, ni la huella de un cuadro en la pared, ni el latigazo del recuerdo de cómo era antes en la memoria. Todo tan hueco y lleno de reverberaciones que un lamento de cuatro mil años abrigaba sus oídos de una escarcha que pudiera ser nieve o simple caspa de tiempo descompuesto sobre los hombros. Recorrió el pasillo anochecido de repente, la sala puesta del revés, con los arquitrabados borrachos de vacío, las lunas de los espejos desgajadas de sus reflejos de horas sobre el papel, la chimenea ardiendo sin fuego, los suelos atravesados de hiel, las agujas clavadas en medio de un fieltro que cubre la frente, que seca las lágrimas que empiezan a caer entre segundos pasados que se hacen presentes y la rabia, la rabia que mueve un píe, otro píe, un paso más y la habitación sin la cama, sin los libros en el anaquel, sin el cuadro de Jimmy Hendrix, sin la foto de él. Vacía, completamente vacía de palabras, de mundos que caben en una sola mirada, de noches mirando las estrellas sobre Praga, de trenes cruzando su sueño a través de bosques dublineses, de caballitos de mar cabalgando en formación, de gatos andando enredados entre sus piernas, de globos de helio, de brujas, mil brujas, cantando una canción de Gustavo Cerati, haciendo muecas tras el cristal para que el niño pequeño del vecino se ponga a berrear. Nada, no quedaba nada. El papel estaba vacío, pero había miles de palabras aún que poner a caminar.

2 comentarios:

Elena dijo...

las casas son el alma...
¿le preguntamos a Alejandra qué hacemos con ellas?

Luna dijo...

Mientras el puñado de aire canta, "ME QUEDE BOQUEANDO COMO UN PEZ
NADIE MAS BORRÓ TU CICATRIZ EN MI ",el papel vació de llena de Ella.