domingo, 30 de enero de 2011

Encuentros

Ella: Reunirse en el café L'art después de las cinco era una excusa. Cruzaban la avenida Baralt que estaba siempre con el ojo infartado y la tensión por las nubes. Cuando la muchedumbre se agolpaba, formando una densa ola de carne difícil de atravesar, él apretaba aún más su mano para abrirse entre las personas y, más importante aún, entre sus fantasmas. Ese día llovía, pero esto es anecdótico e innecesario, algunas personas llevan la lluvia por dentro, en los pulmones: una precipitación constante que jamás dimite. El caso es que era una excusa. Violeta, sentada, ordenaba un café mientras él miraba, embebido por esa extraña sustancia que hay detrás de la vida. No hablan, Violeta y él no se hablan, sólo miran, se miran, gastan el café, los ojos, esperan, se toman de la mano y un leve temblor, esperan. Por fin el suceso, el olor, sale del horno y ellos se sonríen, de sus ojos un puente de nervaduras fortísimo, saben algo que yo, voz que intenta retratarlos, ignoro por completo y envidio. No se hablan, se han dicho todo lo que dos personas pueden decirse, no se hablan, se leen.

Él: Cada mañana quedaban a una hora indeterminada en cualquier sitio donde las sombras de los árboles no se cruzaran. A veces él pensaba que podría ser por Ruzafa, y hasta allí se iba; otras veces ella pensaba que sería cerca del río, y hasta allí se iba. Cada mañana se encontraban, sin faltar ni un día, y cada mañana se paraban uno delante del otro sin decir ni media, sólo se miraban a los ojos y ella veía caballitos de mar que subían y bajaban en un baile de ascensor y él veía estrellas de mar que tejían las noches y las risas en aquellos ojos de almíbar bañado en sueños. Luego caminaban sin rumbo, sin hablarse o sin parar de hablarse, nunca se sabía, nunca importaba. Caminaban hacia el puerto y se sentaban a ver como los pescadores cosían las redes, o llegaban hasta la playa y se mojaban los píes y las ganas de ser. Ella coleccionaba los olores de las cosas que valían la pena, los olores de las arcillas, del cuello recién besado, de las manos amasando el pan, de los días que se quedaron a esperar nuevos días. Él coleccionaba hipotenusas y castillos en el aire, los construía a base de líneas imaginarias que unía magistralmente, como si fuera un dibujante sin lápiz. Ella le decía, este castillo te ha salido muy bonito, y él sonreía satisfecho de la obra bien hecha. Algunos días jugaban a inventarse recuerdos y siembre se asombraban de que cualquier recuerdo que inventaran se convertía en realidad; otros días se cogían de la mano y andaban a la pata coja, como si jugaran a la rayuela, y cuando llegaban al siete se besaban en la boca. Un día ella le dijo, ¿por qué los triángulos equiláteros no tienen hipotenusa?, y él le contestó, porque los triángulos equiláteros no saben soñar.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Si,"Ella", este si. Este es verdad y es hermoso y duele. Y no que tu ombligo desaparezca. Está. Y duele, y es verdad y es hermoso.

Luna dijo...

Adoro a Violeta...