viernes, 18 de febrero de 2011

Botella al fondo de un espejo

Él: Un hombre mirándose en un espejo. Cinco segundos, tres minutos, un cuarto de hora. La luna aparece superpuesta a la luna. Los reflejos se convierten en nubes y una ligera expresión de su cara empaña la cara del cristal. El sonido suena dentro y huele a violetas, los tres minutos siguientes pasan a hurtadillas, como no queriéndose ver encorvando la espalda. El hombre se saca la lengua y las paredes vibran de risa, el terremoto se tiembla las letras y la bombilla baila como si fuera un ahorcado. Todo brilla como si fuera plástico y las huellas de los dedos de los días siguen manchando la memoria. El hombre hace el cíclope con el espejo e imita la r gangosa de Julio. Toco tu boca, recuerda, y toca su boca en el espejo con la punta de la lengua. Las nubes se convierten en agua que llega hasta el cuello, las gotas resbalan por las mejillas y los labios fruncidos pronuncian cada u: tucu tu bucu. Ha pasado media hora y las cosas siguen apalabradas al espejo, las orejas derechas se tapan con orejeras para no ver los sentidos acalambrados de reveses, la música escribe adioses por las rendijas, los cielos se inclinan majestuosamente hasta besarse los ombligos derramados por todo el suelo. En el aparador hay una botella de naufrago llena de arena del Sahara. Es una arena irisada de mil colores, de cien mil partículas de cristal que reflejan sonrisas de sirenas. El hombre arquea los hombros delante del espejo y se convierte en una marioneta sonriente viviendo al son de los hilos que la cuelgan. La música lo cubre todo de semifusas, el viento se cuela por la ventana reflejada en la distancia, hay una especie de vapor que lo abriga todo. Ha pasado más tiempo, no sabemos cuánto, pero no nos importa demasiado, el espejo se parte en todos esos minúsculos pedazos de arena encerrados en una botella.

Ella: Es complejo. No sé trasladarlo de mi mente a las palabras. Esa mañana quedamos para tomar el desayuno en un local pequeño. Leería los titulares del periódico y él se reiría, porque siempre se ríe cuando satirizamos las cosas que debieran tomarse en serio. Tomaríamos café y minuto azul más tarde estaría deslizando la mano entre mis piernas, no que tengamos una rutina, pero hay cosas que repetimos porque es imposible cansarse de ellas. Yo le hablaría de átomos y unidades vibratorias, él me vería mirarlo como si de un minucioso estudio se tratara, nos diríamos tantas cosas en silencio al emitir colores con las manos. Digo que es complejo porque nadie comprendería que, con memoria milimétrica, registro los detalles de un encuentro que aún no se produce en este plano.

1 comentario:

Luna dijo...

Estaba escribiendo lo de siempre. Pero no, lo borré. Estos textos merecen leerse, no arruinarlos...

Saludos enormes, a los dos.