martes, 11 de enero de 2011

Tres


Él: Siempre escribía a dos columnas, en una ponía lo bueno y en la otra lo malo. Era una vieja fórmula pitagórica, como también lo era pensar siempre con el número tres. El día que me lo contó dejé caer atónito el cigarrillo de mis labios y os juro que no he vuelto a fumar. Estábamos sentados en nuestra terraza de siempre y saco una hoja de papel blanca e infinita, me miró gravemente a los ojos y trazó una raya también infinita, pero negra, con su lápiz de carpintera. Luego su risa me arrastró hasta el tendido del siete de sus ojos de caramelo y me instruyó con la pedagogía que los acentos marcaban en su voz. En la columna de la derecha iba a escribir tres palabras, preciosas, y en la de la izquierda otras tres, horribles. De las combinaciones de los opuestos saldrían otras tres palabras nuevas, nunca dichas por nadie, a las que yo tendría que ponerles significado. De esas tres palabras ella inventaría otras tres, sus opuestos, de las que saldrían otras tres, nunca dichas por nadie, a las que yo tendría que ponerle significado, de esas tres palabras ella inventaría otras tres, sus opuestos, de las que saldrían otras tres, nunca dichas por nadie. Desde aquel día las palabras nuevas se nos amontonan por los rincones, su hoja infinita se está volviendo finita y yo subo los escalones de tres en tres, para no perderme ni una sola de sus tres sonrisas.

Ella: Algunas ideas me obsesionan, me atraviesan como una aguja fría que estremece los pulmones. La idea de la muerte es una de ellas. Ha sido una fortuna y una pena hacerme consciente demi fragilidad, de mi existencia que es apenas un vapor de óleo en la historia de la tierra. Pienso, en ocasiones, que me gustaría convertirme en un trazo largo, definido, que atraviese ese lienzo de punta a punta. Pero el anonimato calza cómodo, como un vestido viejo. Cada vez que pienso en la idea de la muerte, construyo a su alrededor, como un sistema solar, otras ideas que buscan anular a la primera, sin saber que sólo he ido hilvanando un puente indestructible que ella, sin duda, usará para venir a buscarme cuando sea el momento. A la muerte hay que enfrentarla bien vestido, con planificación, sin más que el miedo suficiente. Hay que dejar la puerta abierta para que no sienta curiosidad por entrar demasiado pronto, pues, las puertas cerradas suponen una búsqueda, un obstáculo que mitifica el interior de una vivienda; y el mito es irresistible, incluso para la muerte.

Nota: tomado de un diario que aún no escribo.

1 comentario:

Elena dijo...

Yo no sé cómo hay que afrontar la muerte. Supongo que casi siempre pilla de sorpresa, y sólo la esperada o planificada se puede pensar de verdad. El resto de la vida nos la pasamos saltándola.
Me encanta lo de inventar palabras nuevas. Tres es un número perfecto para hacerlo.
Besos miles