miércoles, 26 de enero de 2011

Partita número dos

Ella: Mis ojos son hilos que siguen minuciosamente el trayecto de sus pasos. Cruza a la izquierda y se lo traga el callejón de sombras que conduce a ninguna parte. Debo aproximarme si quiero seguir mirándolo. Minutos después estoy peligrosamente cerca de que gire el rostro y sus ojos se quiebren al mirarme. Mimetizo mi cuerpo entre el farol y la pared atestada de grietas. Bebe algo, café o té; cierra los ojos y acerca la taza a los labios: segundo de siglo y medio en el que su gesto apacible lame la espalda y desciende hasta morder el tobillo, temblor, en los poros temblor y luces. De pronto, como si una punzada metálica hundiera las uñas en su espalda, abre los ojos asombrado. Línea recta entre sus ojos y los míos, me miro en el hombre que me mira y el cielo abre la boca, nos engulle. La taza cae, en mí se escuchan los vidrios.

Él: La suavidad es recorrer con mis dos dedos su nuca, jugando a los soldaditos que avanzan rastreando un terreno que huele a mediodía con el sol encaramado a la copa del abeto recortando su figura tras la ventana, a contraluz mis dedos, tocando el violín. Ella toca la partita número dos y yo noto perfectamente como su alma vibra al mismo tiempo que la música y su cuello. Mis dedos entonces se dispersan por debajo de su mentón y el más atrevido llega a hundirse bajo su garganta para pulsar un tenue arrollo que comienza a brotar en sus adentros. Y no son sólo la música o el sol quienes encienden sus mejillas, es también su imaginarse cerca la batalla entre dos re descorchados de la cuerda, acompasando sus dedos al traste como mis dedos a su mejilla, su lóbulo, sus labios, contorneando sus labios, mis dedos, mientras sus dedos contornean al violín y lo mecen como mis dedos mecen ahora su arrebol y se juntan, diestros, más abajo de su barbilla y allí esperan el final de la siguiente nota.
El sol dibuja un lago en sus pupilas y ella sonríe esperando que mi patrulla continúe su exploración y baje sin resuello por su hombro hasta el canesú de un deseo que se envuelve en segundos anticipados al beso que suavemente coloca la melodía en su cuello. Se gira sin música y deja el violín sobre sus piernas, me giro con la suave parsimonia del gato que caza y maúllo las cinco letras de su nombre sobre su oreja; mis dedos son ya cinco recorriendo su cintura, afianzando su traste para que el torrente fluya, brote, vibre. El violín descansa ahora sobre la alfombra, acostado boca arriba y con su alma abierta. Su falda está encendida y se ha puesto a volar, su risa es como una sábana tendida y sus dedos comienzan a descifrar mi cuerpo como si hubiera descubierto un lenguaje con el que fabular. Poco a poco el sol baja hasta su cintura señalando triángulos que suenan como campanillas, el agua brota y nos moja, la música baila sobre la almohada y los dos jugamos a las marionetas.

1 comentario:

Luna dijo...

Johann Sebastian Bach...
Y ella descubriendo notas, y él un cielo en la partitura.

Dos grandes saludos.