miércoles, 26 de enero de 2011

Los ojos del pájaro negro

Ella: En el yacer me digo, me pronuncio al aire y mi aliento de nervaduras teje una red en la esfera altísima del cielo. Ni una cinta de viento altera la eternidad que ante mis ojos se erige. Me voy sacando nubes de la boca como si fueran pelusas blancas. Soy eso que miro y te mira desde el anverso del cielo. Estás sentado, café en la mano derecha y periódico en la izquierda. Sé que me lees los titulares en voz baja para no despertarme. También me describes la trenza de sonidos que estallan al rozar las paredes. Yo te escucho, abovedada en el sueño, y te miro desde los ojos del pájaro negro que busca granos de arena entre los pliegues de sus alas.

Él: Si pudierais ver seguramente lo veríais. Es un hombre de una edad indeterminada, aunque cualquiera le llamaría viejo. Está vestido con unos roídos pantalones de pana, que quizá pudieron ser marrones o quizá verdes en su tiempo. Lleva una chaqueta negra y los deshilachones de las costuras le cuelgan por las orillas. No hace frío, pero verlo sentado y quieto, como vuelto sobre sí mismo, provoca una sensación de frío intenso, de mal cuerpo, de no querer mirar si acaso pudierais verlo. Sus ojos son pequeños, casi rendijas por donde no pasa ya ni el mínimo reflejo, ni siquiera una pequeña intención de volver a ser mirada. Han pasado horas y la plaza se ha llenado y se ha vaciado varias veces. Gente como vosotros ha pasado por su lado sin tropezar en un regate autómata que lo aleja de cualquier conciencia. Ahora hay tres niños que lo miran, lo rodean, lo citan, lo sopesan, lo ríen, lo insultan y salen corriendo. La risa se convierte en música y en carcajada del viejo escupiendo a diestra y siniestra. Un hombre pasa y le golpea, apenas un sopapo bien dado. Otro hombre lo ve, se arrima y también le golpea, esta vez es una patada en la boca del estómago. Los niños ríen. Sin saber cómo ya hay cinco hombres golpeando al viejo. Un libro cae del bolsillo derecho de su chaqueta, está lleno de letras derramadas. El hombre intenta cubrirse la cara con los codos y los golpes van a su estómago, intenta cubrirse el estómago con los codos y los golpes van a su cara, intenta alejarse gateando, pero dos garras le sujetan de los hombros y golpean su rostro contra el suelo. Un ruido hueco, como de sandía quebrada paraliza cualquier sonido, cualquier imagen. Los movimientos se han quedado quietos como de escayola y la plaza se vacía otra vez. Hay sangre en el suelo y en el cráneo del hombre. A pocos metros la tinta del libro se ha vuelto roja, las palabras se abrazan temblando.

2 comentarios:

Adriana dijo...

hermosos, es que eres como atemporal con las cosas que escribes, fantastica, fantastica

Luna dijo...

Si ella
pudiese volar
escogería las alas
del pájaro negro.

En la profundidad
de sus ojos,
a él le tiemblan
las palabras
sin tu risa.

Ustedes dos son terribles...

Saludos enormes.