viernes, 21 de enero de 2011

Metáforas

Ella: Los contagios se bostezan, eso se sabe, basta que uno entre en la boca del otro. No sé si hoy pueda recuperar el trazo de hilo que me anuda con urgencia a la tierra. Hoy flotar, nadamás, entre una frontera y otra sin añorar la cordura. También llorarse, sí, como si una fuera la muerta, mirarse desde el cristal y saber que antes la sonrisa no fué tan dulce. Pero no sólo eso, también hoy divagar, esparcir los pasos del olvido en otro continente, recordar la manera sutil con que las luces te tocan la mano. También mirar, estrenar los ojos, por fin estrenarlos frente a la belleza intolerable y respirar el lienzo pendular de tu mirada, retenerlo en los pulmones hasta que tinta verde la sangre. No sé, pero es probable que la tarde inmóvil detrás de mis párpados me deje en la lengua el rastro de la metáfora que eres. Algo leve, como la voz de aquel pájaro en el sueño, algo que se agita en los poros, impronunciable.

Él: Todo el mundo miraba a la bailarina bailar su constelación de giros, cintas verdes y azules y naranjas y lunas girando alrededor de la luna y sus ojos ciegos. La música también bailaba su baile y las estrellas se estrellaban entre ellas como tropezándose o dándose abrazos de minué. La bailarina me miró porque a mí sí me veía. Y me sonrío desde sus muslos a la misma boca de su vientre. Quise decirle que era un círculo girándome, mi derviche giróvago, mi túnica blanca, mi cúpula traslúcida de mil cristales de caleidoscopio. Mi lluvia. Quise decirle que era mi lluvia, pero la mirada ocultó las lunas y los pasos de tanta gente cultivando el surco, desentrañando los ritos. Comenzó a llover a rompedichos y el mercado se quedó vacío, alguna naranja rodando calle abajo y la gitana de los ojos idos comiendo su helado de maní en silencio. Sólo hablaba la lluvia y las piedras que se ahogaban en la escorrentía. Me acerqué a su mesa y me senté para mirarla por dentro, para beberme con ella ese silencio que tanto nos decía. Ella sonrió con un pliegue de su vida y sacó de su bolso una libreta con las tapas vestidas de mariposa. Dibujó en ella un poema sin palabras ni alas ni horas ni casas ni infancias. Dejó de llover y el colgante de lapislázuli que llevaba en el cuello dejó de bailar. Me miró con la mirada del día, el metro iba repleto a esas horas, se bajó en la siguiente parada y dejé de soñar para seguirla. Todo el mundo nos siguió.

1 comentario:

Luna dijo...

Susan Y Alex. Paso a saludarlos. No he tenido el tiempo suficiente para disfrutar de su blog.

Saludos a los dos.