sábado, 22 de enero de 2011

El peso ausente

Ella:

No estoy sola
conmigo vinieron los libros
la voz de aquel pájaro en el sueño
el peso ausente de las sombras
y la ranura en que el poema
dejó sus pistilos
al forzar su huída hacia la luz

*

Desprenderse del árbol en el momento justo
caer como si no existiera mayor privilegio
aterrizar
con la metáfora abierta
como una flor nocturna
que esconde los pétalos durante el día

Él: Aprovechar el otoño, escupió el anciano al pasar por nuestro lado. La acera era muy estrecha y sus palabras casi se tropezaron con nosotros. Aprovechar el otoño, pensamos los dos, ateridos y sorprendidos de que eso nos lo dijera un indigente forrado de periódicos hasta las orejas en pleno invierno. Seguimos andando y cruzando barrios repletos de basuras y viejos repletos de palabras que se les caían por las comisuras de los labios. Algunos de ellos las arrojaban con delicadeza en los contenedores, pero la gran mayoría simplemente las escupía sin el menor decoro. El suelo estaba encharcado de palabras maldicientes y pegajosas, como restos amarillos de semen pegados en la conciencia de una madrugada borracha e inútil. En la esquina de un cruce alguien había encendido una hoguera con palabras esdrújulas, al fondo de la calle una mujer entrada en tantos años como kilogramos se restregaba el clítoris con un verbo copulativo. La noche era hermosa y llena de luceros, pero hacía un frío del demonio que en ese mismo momento se acariciaba el mentón como si estuviera a punto de descubrir el mate perfecto. Seguimos andando sin rumbo fijo intentando no tropezar con ninguna palabra, no pisar ningún sentido, no aplastar ninguna ilusión aunque fuera una simple y escueta llana de dos sílabas. Al amanecer se terminó la ciudad y empezó un bosque con ramas de latón. Los cielos se desgañitaban a relámpagos y la mugre nos empapó hasta que pudimos guarecernos bajo las alas de una lechuza trasnochadora. Todo estaba bien, ya no había palabras y todo estaba bien. Llegamos al lago con ganas de llegar a algún sitio. Nos sumergimos y todo se convirtió en una bruma verde, como de metano. Cuando llegamos al centro justo del otoño nos sentamos, el lecho estaba cenagoso y lleno de cadáveres de viejos, alguien en algún lugar estaba tocando un theremin. La música era como un abrigo, como un abrazo de amigo.

2 comentarios:

Luna dijo...

Pesa la ausencia
mientras el día
de otoño
atrapa los aromas
poblado de palabras.
Y fue
cuando en el centro
de la alfombra de hojas,
ella y él
abrigaron un sueño.

Imagino una historia así...


Saludos enormes a los dos.

Elena dijo...

Ella: escalofríos. tus versos me producen escalofríos de desagradable apariencia por ser cuchillo de doble hoja. Laceran disfrazados de rosa. Increíble.

Él: me pierdo a veces en la división de masculinidad y femeneidad que haces en tus textos, porque parecen en el fondo una androginia indivisible... sigo leyendo

Besos