domingo, 9 de enero de 2011

Letras Impares




Ella: Al fondo el basilisco dormido, generando un vapor cósmico que teñía de verde sus pupilas. No sabría decir si yo miraba la foto, o si la foto me miraba a mí. De tarde en tarde abría el cajón de madera y el viejo papel, ante mis ojos, cobraba vida. Podría, debería, resaltar muchas cosas, pero sólo hablaré de la sonrisa que, un milímetro más allá, un milímetro más acá, se dilataba o contraía según las preguntas de respuesta cerrada que formulaba para comunicarnos. Cada vez que llovía, la sonrisa se anidaba en la mano blanca que, como un semicírculo de piel, se cerraba sobre el costado derecho del rostro. Era una mano larga, intuitiva, que a menudo giraba el meñique para señalar una nube o un gorrión, todo dependía de la ventana y lo que hubiera detrás de ella. Imposible olvidar el día accidentado en que, llorando, quise buscar la foto, y la encontré vacía;  habían desaparecido los ojos que a rastras se llevaron a la sonrisa y a la mano, sólo quedaba el fondo de la foto con un mensaje, escrito con tinta de nube. No dormí en siglos. Un día, al despertar, miré hacia el cajón de madera, lo vi sentado; me miraba dormir con la sonrisa anidada en la mano blanca que, como un semicírculo de piel, se cerraba sobre el costado derecho de mi rostro.


Él: Aquel planeta transparente se dibujaba de colores imposibles de describir. Eran vaivenes de azules y lilas, rojos amoratados por algún beso y blancos encendidos de blanco hasta las entrañas. Era un lugar espacial en el sentido menos cartográfico de la palabra. Era vacío y lleno a la vez, asombrosamente suave y rugoso; con esa rugosidad que dan las caricias placenteras. La mayoría de las veces para verlo había que cerrar fuerte los ojos, y entonces todo aparecía diáfano y como con eco de su voz. Aquel planeta no tenía nombre, ni siquiera órbita, ni amaneceres, ni buscadores de oro en sus riachuelos. Era un no lugar, uno de esos sitios donde no hace falta estar para sentir la melancolía de ya no estar. Violeta me había dicho que todas las letras son impares, que les gusta apoyarse a beber en barras y noches porque es la única forma de no sentirse extrañas entre ellas. Yo la volví a mirar a través  y todas las mariposas volaron alrededor mientras ella me contaba otra vez aquella historia del ornitorrinco.

1 comentario:

Luna dijo...

Ustedes no tienen perdón...

Y Violeta menos.

Saludos dobles.