martes, 4 de enero de 2011

La habitación


Ella: Fuí conmigo a enterrar el pasado en una extraña y desmejorada habitación. Era perfecta para nuestros propósitos: las paredes gruesas no dejaban poro alguno por el que pudiera escapar el sonido. También era enorme, recuerdo que ni yo, ni yo, nos atrevimos a recorrer la oscuridad insondable que se adhería a las paredes como una densa capa de petróleo; el aire llevaba mil años estancado, por eso olía como huelen los objetos cuando se mueren, cuando no quedan más que fósiles que de alguna forma nos habitan como una exhalación. Pesaba mucho, apenas podíamos sostenerlo. Al abrir la  puerta estalló un sonido visceral, así que con toda prisa arrojamos al animal dentro, que en ese momento despertó y profirió alaridos punzantes que agrietaron las paredes. Yo corrí asustada, a la superficie, me encerré en un círculo del que aún, veinte siglos después, no he querido salir. Nunca más la vi, se quedó cuidando la puerta de la habitación. En las noches, cuando el animal se escapa y ella lo devuelve a su sitio, puedo escucharla llorar, y no sé cual sonido es más insoportable: si el gesto de sus lágrimas al caer, o los gritos del animal estremeciendo los círculos que me protegen.

Él: “Tonto el que lo lea”, leí a lo lejos. Estaba escrito en grandísimas letras blancas sobre una valla interminable que separaba la ciudad del río. De trecho en trecho un tablón suelto basculaba para dejar pasar cabezas de niño completamente peladas, blancas como bolas de billar, hubiera dicho cualquier escritor de buenas ventas, pero mi escritor quiere que yo diga que esas cabezas eran negras como la boca de un lobo. Estábamos quizá en abril y yo me estaba asomando a la ventana del cuarto oscuro donde había pasado encerrado todo el invierno, hibernando como un oso diría cualquier escritor perezoso. Desde la ventana veía el cielo y la valla y los niños y perros rezumando saliva por sus bocas entreabiertas. Pasó un hombre en bicicleta tocando una bocina y con mucha solemnidad se paró sobre un pedal y anunció severos castigos para quien pintara proclamas en los lugares públicos. Tonto el que lo lea, pensé mientras leía un libro de instrucciones para vivir que hacía ya tiempo llevaba conmigo. Brinqué el alfeizar de la ventana y comencé a caminar prado a través. Pasaron los años como una película de cine mudo, pero sólo fueron segundos. Salté también la valla y la proclama y me acerqué al río para ver de cerca los talones de las lavanderas. Estaban todos muy limpios. Cruce el río de piedra en piedra, en la otra orilla estabas tendiendo la ropa, de espaldas a mí. Parecías la escala de fa marcando tonos y semitonos. Me acerqué muy lentamente y te agarré muy suave por la cintura. Tu sonrisa se volvió y entonces comprendí que la oscuridad ya no existiría nunca más.

2 comentarios:

Luna dijo...

Cuando leo es instantáneo, los textos y Ella y Ël, me atrapan...
Hoy soy Ella, habitada de silencios que Ël con una caricia pinta la oscuridad de luz.

Saludos enormes, por dos.

Adriana dijo...

wow Susan, te botaste con este!!! magnífico...