lunes, 3 de enero de 2011

Lunas de día

Él: Desde muy joven cada vez que oigo la palabra icosaedro pienso en un hombre que camina con un gran saco colgado del hombro. No lo puedo evitar. También me pasan cosas parecidas con otras palabras: dodecaedro es un dado gigante que camina a saltos por la acera, siempre enseñando en su espalda el as de corazones; coseno es un ser asustadizo que se arrastra al mismo tiempo que intenta esquivar los botes del dodecaedro. Parece un conejo triste, de esos que nunca han salido de ningún sombrero. La tangente siempre me pareció una señora demasiado segura de sí misma y el secante sería su marido, por supuesto: un hombre magro en carnes y con un ridículo bigotillo encaramado al labio superior. Pero ninguno de ellos me ha causado nunca tanto asombro como la hipotenusa, esa mujer siempre rodeada de gatos que lee las cartas, sentada en un taburete junto a cualquier esquina. La hipotenusa un día me tiró una carta a  los pies cuando pasaba junto a ella. Era el as de corazones. Se la acerqué amablemente y ella me inquirió, ¿Puedes ver la luna, amigo?, Pero si es de día, señora, le respondí completamente azorado. Si no puedes ver la luna de día, amigo, ¿cómo quieres alcanzarla de noche?, me respondió.                                                                    

Ella: Si giro a la derecha y extiendo la mano como un cobertor, es probable que mil hormigas me dibujen un guante negro y que, además, me cuenten la historia imperecedera de la luna que, ante los ojos de algunos incrédulos, se deja ver por las mañanas, con el vientre lleno de vapor. Esta historia la repito adhiriendo trozos de pupila verde, en voz baja, mientras él sueña que nos desplazamos hacia el norte de alguna ciudad indómita en la que estar desnudos sería, simplemente, una obligación. El caso es que él sueña y yo hablo, trenzo caracoles con las hebras de su cabello, emerjo de un mundo extraño en el que los perros necesitan dos colas para manifestar su euforia, él respira, el pecho hecho péndulo me siembra corales en el vientre. Nos encontramos, atamos nuestros dedos, por dentro y por fuera, y con atar los dedos me refiero a la forma de hacernos aire sobre las hojas.


                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                        

2 comentarios:

Elena dijo...

Intrigante. Para mí la luna siempre fue una mentirosa. Nunca quise alcanzarla.
Las hormigas me dan repelús.
Soy demasiado quisquillosa.

Un placer pasar por aquí cada día; esta innovación es fructífera para todos. Gracias de nuevo.

Luna dijo...

Que la geometría, en figura Hipotenusa, hizo que él buscara a la luna de día.
Que ella, historia-hormigas en mano,teje y desteje lunas diurnas.
Que siempre ella y él...