domingo, 16 de enero de 2011

Somos

Ella: Percibo el gesto suave de tus manos. Cada roce emite en mi interior un sonido, una palabra que ha dormido en las trenzas de un eón indisoluto. He podido saborear tu nombre, dibujarlo en un lienzo de agua que se agita en mi pecho. Soy, entonces, una aguja de viento que busca morir en tu boca, un vitral de luces que se nutre de los árboles. Soy, entre tus genes, una sílaba que estalla, como una burbuja de vidrio entre los dientes de la tarde. En el trayecto cósmico a los confines de tu ombligo, hundo mis manos, mi boca y todos los minutos de aire que me caben en los dedos. Este ascenso invertido me anula, desintegra el mundo bajo mis pies y, con lianas de fuego púrpura, me descuelga hasta rozar las nubes de un cielo propio que se derrite entre mis piernas ante el gesto suave de tus manos.

Él: Todos se pusieron en la misma fila para esperar el siguiente paso. Las filas eran interminables, inabarcables. Todos los números primos del universo puestos en fila esperando que llegara su turno de dividirse por sí mismos o por la unidad, pero esperar que la unidad dividiese a esas alturas un número más era para echarse a reír, hacía rato ya que se había ido a guarecerse del maldito sol en la cantina y ahora mismo se estaba refrescando el caletre con agua de bolitas. Dividirse no es una cosa fácil, hace falta tranquilidad y decisión al mismo tiempo, pero si hablamos de números primos dividirse es la cosa más difícil, antipática y dolorosa del mundo. Cuando un número primo llega a la zona de división, tiene que quitarse el sombrero y ahuecarse el fondillo de los pantalones para que ningún tipo de roce le provoque cualquier irritación que acabaría con su divisibilidad. Tras ponerse en posición, debe comenzar a recitar la tabla de multiplicar de los números primos con la atención suficiente para que ni una sola de las comas le baile. Hecho esto, y sin ninguna demora por su parte, debe saltar sobre sus dos cifras, o sobre una si sólo tiene una, todo lo alto que pueda, de forma vertical y elegante, y, esto es imprescindible, sin perder de vista el horizonte. Una vez celebrado el ritual, un pequeño uno aparecerá asustado por el camal de una de las perneras de su pantalón. Entonces es cuando el número primo por fin sonríe y hace un gesto que bien puede ser de oculta satisfacción.

2 comentarios:

Luna dijo...

Hoy me puse al día, entre ángulos de 381 grados mientras un adagio, así lento y suave, ordena la discusión sobre los dos únicos divisores que al final son Ella Y ËL...


Saludos enormes a los dos.( Y a Violeta)

Elena dijo...

genes y números primos...
mejor multiplicamos