viernes, 14 de enero de 2011

Ángulos

Ella: Hoy, de regreso a casa, me detuve a comprar un café que, como todas las tardes, ayuda a limpiar los escombros que delatan mi trayecto desde el consultorio. La plaza seguía allí, cobijando a los mendigos, pero la tarde tenía las mejillas grises y un telón inasible enrarecía el aire. Vi muchas cosas; el tránsito de hormigas, el cuidado con que todos cuidaban sus máscaras, la suave indiscreción del hombre que roza la mano de la mesera... miraba todo y, la extrañeza que me producía habitar un cuerpo, me ayudaba a comprender el mundo desde un ángulo imposible, lejos de cualquier fantasma. Vi a un perro. Cojeaba, la pata delantera parecía un martillo por la inflamación de un golpe. Me vi reflejada en su dificultad para andar, un penoso arrastrarse por el asfalto que producía inestabilidad entre mis costillas; pero él, a diferencia de mí, era capaz de menearle la cola a los transeúntes y seguir caminando.

Él: Aquel día los cielos rasos aprendieron a volar y se encendieron en espirales naranjas que subían hacia algún infinito imposible, más alto que ellos. El humo se agarraba a los tejados para poder respirar y cientos de miles de volutas de papel flotaban dejándose llevar por un viento sin nombre ni aire ni dirección postal. Cada pedacito de papel llevaba escrito un fragmento de ella, apenas una sílaba, apenas un recuerdo que ya no servía ni para bien, ni para mal. Los dos contemplábamos aquel maravilloso espectáculo en que los cielos rasos quedaban por fin rasos, sin cuentas ni reojos, sin olvidos ni menciones, y podían al fin volar hacia nuevos días sin oscuridad ni temblores ni miedos. Su risa callada valía por todos los silencios sin risa que habían estado agazapados tanto tiempo, sus ojos flotando en almíbar también. Ella se introdujo en la casa y salió al momento con su violín en las manos, la música era la lluvia que necesitaba el día para apagar los fuegos, los papelitos ofrendados al dios de las cosas que se van para siempre. No sé qué melodía de bruja era esa, pero el sortilegio pintó el cielo de azul nube.

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