miércoles, 22 de diciembre de 2010

Vidrieras de mil colores

Él: Un día se cayó la lámpara de la sala a mis pies. Primero oí un temblor, apenas una pulsación en mi sien derecha y el viejo temblor de mi labio inferior, luego ya fue todo un terremoto y el techo pareció doblarse en una arcada que me torció el mundo y el lomo de una palabra tuya quedó escrita a fuerza para siempre en el horizonte. Recuerdo también que llovía y que el gato no hacía ningún ruído, a mí no me hacía ningún ruído mientras tus pasos me llegaron desde algún lugar húmedo y tu mano acarició mi frente y la lámpara estaba allí, hecha añicos en mi sueño recién roto, recién brotado de un olor que tú me contabas que era azul y de un dolor que era una pérdida, aquella pérdida antigua que tú me curaste con tu sonrisa de curandera acostumbrada a sentir caer las lámparas y los mundos y los siglos. Me dijiste: Tranquilo es sólo un sueño.  Y los dos reímos a carcajadas de saber que siempre vivir era un sueño, ver los colores de la vidriera reflejarse en tu corazón como si fuera una de esas viejas bolas de discoteca en las que todas las luces parecían ser un nuevo segundo de esperanza, de que algo ocurriera, de que algo fuera. Me besaste suave, como mi sabia curandera y me dijiste escúchate vivir y me verás siempre junto a ti. Como si fueras una vidriera de mil colores, le dije, te veo así, te quiero así.

Ella:
Un ensayo diminuto, para mi Alex

En un minuto cabe una vida con su muerte; de hecho, caben mil muertes. Un minuto no es tan sólo una fila india de segundos que se estrellan contra la nada absoluta; es también una botella que contiene, en una gota, la historia completa del mar. El problema, en todo caso, no son los minutos, sino los ojos: artefactos inútiles que no logran anudarse al pulso mismo de la vida cuando no hay, entre ellos y su portador, un alma clara.   

1 comentario:

Anónimo dijo...

EL ROMANTICISMO SE TRASMUTA.