jueves, 23 de diciembre de 2010

Redención

Ella: En el vacío se disgregan muchos rostros, habitan la córnea cual transparencia rozando los tobillos, son anémonas que perforan océanos de niebla. Nada se distingue, la intensidad del negro se mide con la ausencia del blanco: es total. Sólo un temblor, la insinuación de un color que te esculpe en amarillo, me distrae del abismo en que se ha convertido mi memoria.

Él: Siempre pasaban dos o tres cosas increíbles cuando ella estaba a punto de llegar. De pronto a los paraguas les salían flores o las mismas flores, que antes se asolaban como para ir de fiesta, se volvían importantes y serías y se atusaban los pétalos y los estambres como si lucieran bigotes. Los dos cerrábamos los ojos mientras llegábamos y nos veíamos llegar. Siempre, cada vez, adivinábamos cómo nos habíamos vestido. Sus jeans azules descoloridos atados en las pantorrillas, mi chaqueta a cuadros gastados, de sindicalista, me decía ella si poder aguantar su risa de campanilla y sus cabriolas de juego. Un día nos pensábamos con música y la partita número dos nos mecía el abrazo y el sabernos sentir. Los colores iban y venían, una noria giraba entre bocado y bocado de la fruta que le daba de mi boca. Una noche me dijo yo sé, amor, yo sé, y enroscó su dedo en mi pelo para que soñara en peces de colores.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

HERMOSO, ROMÁNTICO, LLENO DE COLORES LASTRANDO EL AMOR.

- dijo...

Adolfo, gracias mil por pasar y leer. =D