martes, 28 de diciembre de 2010

Sueño

Ella: He puesto las palabras al sol y, al secarse, las he descolgado. Sentí, por un segundo, la rabia del perchero; sus ojos eran una aguja desplazándose en mis venas como un barco. Me las he puesto, a las palabras, como si fueran un vestido deshidratado, mi cuerpo se habituó al tacto áspero de la tela, sabiendo que aquellas palabras que llevaba puestas estaban limpias, desprovistas de pedantería alguna. Son las palabras que quiero sembrar para tí en las densas capas del sueño, que germinen y nos colmen de nervaduras mientras dormimos.

Él: Cuenta una leyenda ucraniana que en la península de Crimea las estrellas cantan ópera. Cada noche, cuando la luna marca su cenit, un suave murmullo empieza a aflorar por los riscos y las dormidas playas; poco a poco el arrullo se hace canto y si algún extranjero pasea la noche es capaz de escuchar con entera nitidez algún aria jamás cantada hasta entonces. La noche se llena de lluvias y luceros que caen desde las plateas de las nubes embozadas y el caminante siente un cierto temblor en algún punto entre su pecho y su infancia. Nunca creí estas historias, ni tampoco a mis oídos cuando aquella noche me acerqué al acantilado, no quise ablandarme por el temblor ni por ninguno de mis sueños olvidados, pero no pude evitar sentarme en una roca a esperar que su estrella me cantara.

2 comentarios:

Luna dijo...

Esas, las palabras semillas esperan de una estrella su cantar. Entonces ella y él, dormirán.

Elena dijo...

Qué difícil. Unir lo que parece tan diferente; pero que sin embargo es lo mismo.
Palabras. Limpias o cantadas.
Quizás siempre se trata de eso. De palabras.

Dejo beso