lunes, 27 de diciembre de 2010

La fotografía

Él: Las fotos iban pasando una tras otra como se pasan los días. Eran fotos viejas que traían de nuevo a la vida lo que ya no existía. Instantes que quedaron perpetuos, aferrados a sí mismos como si esa fuera la única prueba de que habían sido alguna vez. En una de las fotos vi su cara mirándome como si me saludara desde un espejo. Volví a creer por un instante que me guiñaba el ojo izquierdo, creí también que escuchaba su voz cantándome una de aquellas canciones que se aprendía para mí. Separé la foto del montón y la acerqué a mis labios para besarla. Me besó. Me dijo: “Cuida a mi nieta”. Me sonrió desde el papel virado ya casi a sepia, desde su mirada que nunca pensó en mirar tantos años después, desde su mano quieta agarrando la mano de su marido, posando para la ocasión, posando para no moverse nunca más. Le di la vuelta a la fotografía. En su reverso había una frase escrita con una letra esmerada, con una letra sacada a dar un paseo para que todos la miraran. Decía: “Ningún tiempo existe si no lo vivimos”. Yo no supe si estar de acuerdo, pero la volví a besar y la dejé en el montón en el mismo momento en que Violeta, como tantas veces, vino por atrás y me tapó los ojos con las dos manos. “¿Quién soy?”, me dijo.


Ella: Nadie sabe más que el tiempo, aunque éste no exista. El otro día lo vi ordenando fotos, por supuesto, cronológicamente. Me asombró el gesto implícito en cada gesto, el pacto de silencio que contrajo consigo mismo; su forma de acomodarlo todo, hasta la partícula más insignificante, en el sitio exacto. Jamás, en cuatro mil años, he visto un rostro semejante porque no tenía rostro, tampoco manos. Su forma de acomodar las fotos no era común, porque para ello no necesitaba un cuerpo físico, él simplemente dejaba rodar los años bajo los que las personas en dichas fotos morían triturados, gastados, con heridas de guerra y arrugas torturando el rostro. También echaba a rodar instantes de otra índole, bajo los que estas personas se estrellaban para descubrir que el tiempo fabricaba años vacíos de contenido para que ellos pudieran llenarlos a su gusto, como esos de nívea claridad en los que no hace falta explicar nada, en los que la existencia se justifica por sí misma. Lo que las personas de la foto olvidan es la complicidad que hay entre la muerte y el tiempo, de cómo el último pone en manos de la primera lo que ha nutrido durante, valga la redundancia, muchos años.

2 comentarios:

Elena dijo...

Interconexión galáctica. Vengo de leer un blog en el que se hablaba de las fotos.
Sigo pensando que son algo paranormal y que casi nunca captan lo que es, sólo lo que hay (excepto en personas con "toque").
El tiempo es foto en movimiento.
Besos

Adriana dijo...

que placer, que vicio tan rico va a ser leerles cada dia!