lunes, 20 de diciembre de 2010

Palabras


Ella: Colecciono palabras. El criterio de selección varía al ritmo de los ojos. En ocasiones las guardo en el bolsillo por su forma de teñir la sangre, de colarse entre los dientes de un libro. Guardo también sus fantasmas, la huella que dejan en las paredes, el musgo que se estira como una lengua hasta ensalivar la página. Conservo en pequeños frascos algunas palabras etéreas que me gusta repetir en voz alta cuando estoy sola, las siento emerger desde una cavidad anónima, como una exhalación que impregna cada molécula amarilla y me siembra un par de alas en las clavículas. A veces las palabras se cierran, dibujan un círculo que me aisla del mundo. Es entonces cuando las libero y a su aire parecen reagruparse, formando un universo de significados paralelos que trascienden cualquier significado, se compenetran de tal forma que el resultado es una sola palabra, impronunciable, que sólo puede transmitirse en un diálogo de silencios polares; como los que inundan al mundo cuando estoy frente a la selva vírgen de sus ojos.

Él: En aquella ciudad las puertas sólo se cerraban del revés; es decir, cuando se abrían. No se sabe por qué encanamiento o por qué rito o por qué porque inexplicable, las sonrisas siempre sabían a medias lunas y el café era auténtico café, de ese que al colarlo se queda con el alma de algún esclavo puesta a secar a las barbas de un sol que mira distraído apoyando sus barbas en una mano ensimismada. La casa era amplía y fresca, los pasillos se volvían a mirar nada más pasar por ellos y las culebras saludaban respestuosas por miedo a que alguna planta del píe diera un traspíes; algunas veces los gatos jugaban con ellas y también las vestían del revés. Era una ciudad alegre, con charcos reflejados en los campanarios y teléfonos colgando de sus cabinas, no fuera que alguna llamada rompiera ese ritmo pausado de pasos y caricias que en los soportales jugaban al escondite. Por las calles empolvadas jugaban los rayos de ese sol pensativo, poco a poco unas huellas se convirtieron en un escrito, poco a poco nuestro eco se convirtió en texto.

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