sábado, 18 de diciembre de 2010

El recinto


Ella: Me asomo a la esquina y retengo el susto gritando hacia adentro. No saben que los miro, pero de alguna forma intuyen que no están solos. Mientras el día transcurre en milimétrica rutina, yo pemanezco a buen resguardo bajo el punto de sombra que me hace invisible, estoy mimetizada entre una pared y otra del recinto, y la esquina es la ventana que me permite ver el mundomanicomio que se despliega ante mis ojos como una piel de jeroglifos. Cinco minutos aquí tienen el sabor de un siglo, y la única isla a la que puedo aferrarme está situada en el mar verdoso de tu mirada.

Él: Sonrisa es un nombre de chica que yo no voy a decir. Sonrisa corre cantando, riendo, soñando, a veces mintiendo a veces su palabra es un parasol mejor que el sol. El sol se pone en el morichal y ella sale a respirar y a jugar con los sapos que la saludan y le cantan una canción de Edith Piaf. Sonrisa va caminando y descubre colores que no saben que son colores y un gato pasa haciendo ruido con sus pisadas y sonrisa ríe, sonrisa ríe porque es una brujita desde hace 4.000 años y su nariz está acostumbrada a saber. Todo es azul, quizá de noche y sonrisa está triste. Los búhos se esconden tras sus ojos amarillos y el viento suena como el violín que sonrisa tocaba cuando estaba pequeña. Todo es triste, quizá azul, y sonrisa lee un libro del revés a ver si la vida se le pone del derecho. Sonrisa calla, sonrisa siente que empieza un nuevo día y se gira y guiña uno de sus ojos (ella sabe guiñar cualquiera de los dos), y se come una papaya y dice coñoesumadre y ríe, sonrisa ríe porque sabe que la noche sólo dura medio día y también sabe que ya queda poco para que todo sea nada más que su sonrisa.

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