viernes, 17 de diciembre de 2010

Detrás del vidrio

Ella: El viento, detrás del vidrio, no se desliza entre las pestañas. Los dedos, tus dedos, no se alojan en los confines del cuerpo, ni recorren la línea transparente que me ata a la vida. Detrás del vidrio hay un silencio trágico, el peso de una eternidad que se acomoda en los hombros.

Hoy decido que el vidrio no puede inyectarme su silencio polar en las venas, no puede exiliarme, porque el exilio se lleva por dentro. Así que hola mundo como estás, ábreme las piernas, tus colores seguirán hiriendo mis pupilas de tan radiantes, seguirás siendo hermoso, y los dedos, tus dedos, podrán recorrer cada línea, cada avenida de esta ciudad que en ocasiones se llena de fantasmas.

Él: Atravesar la nada es fácil siempre que se tenga un poco, o mucho, de nada. Es tan fácil como ese movimiento de mis dedos que un día adivinaste, tan fácil como rular un pito, como escupir al cielo. Tan fácil como decir tan fácil. Un paso, dos pasos, tres segundos pensando el siguiente paso y darlo hacia atrás. Desandar. Un paso, dos pasos, tres veces negando que todo sea tan lejos, tan oblícuo, tan fácil. A veces las aceras parecen alfombras que te llevan en volandas hacia cualquier sitio, cualquier museo o cualquier quiosco de prensa donde las letras parecen aspirinas. Hoy quisiera una acera para mí sólo, una acera que me enrollara cada paso hasta la espinilla, que me atara al caminar durante horas y horas como si fuera una cinta sin fin. Una acera que me callara el pensamiento, que me callara esta verborrea que desde el estómago me inunda los pulmones, tus pulmones, llenándome los ojos de angustía y el llanto de una de tus canciones, de cualquiera de tus poemas. Pero estoy seguro que detrás de la nada estás tú, de vuelta y contenta, brillando y riendo, detrás de ti estoy yo porque yo sin ti no soy nada.

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