tag:blogger.com,1999:blog-25546082296301078822023-11-16T12:05:48.916+01:00cinco minutos frente a la página-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.comBlogger87125tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-8904377562934192162011-04-19T23:08:00.004+02:002011-04-19T23:28:44.411+02:00La puerta<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;"><strong><em><span class="Apple-style-span"><span style="font-size: large;">Él:</span> </span></em></strong>No podría precisar qué día fue el que se dio cuenta de que nunca había sido feliz, tampoco las circunstancias del alumbramiento de su certeza. Tan sólo podía recordar que desde aquel momento, fuera como fuera, nunca más sintió la necesidad de serlo. Su infancia había sido tan normal y tan gris como la época en la que le tocó vivirla. Una infancia de sotanas y campanadas a muerto, de incensarios y amaneceres plegados en el día ido, mantas de felpa y café de borras, mocos y frío, mucho frío en aquellos inviernos de cartillas y raciones, de cuadernos Rubio y el movimiento demostrando la estanqueidad de cualquier idea que no fuera una culpa. Los soles vinieron como si fueran una escalera de color, su primera erección y su primera elección se pajearon atropelladas en un portal entre las manos temblorosas de su primera chica; poco tiempo pasó para que aquellas urnas se convirtieran en fosas y aquella rubia de camomila se preocupara de su primera carrera, en la media. Se pegaban carteles y se inundaba la razón de octavillas, el ciclostil dejó paso al tóner y las primeras arrugas dejaron de bosquejarse para quedarse. Nunca había sido feliz y había reído tanto, había asaltado el mundo a carcajadas que taparan cualquier girarse para ver atrás, para ver lo que cuando atrás quería ver delante. Tardó un poco más en darse cuenta de que el tiempo sólo es un reloj, que el pan sólo son migas, que querer y soñar no son sinónimos. Tardó todo el tiempo del tiempo en darse cuenta de que la diferencia entre todo y nada es nada. Un día las sotanas se colgaron como murciélagos de los alzacuellos, los santos meaban por las calles y señoras encarnadas vociferaban el fin del siglo entre sus orzas desparramadas. La revolución giraba como una peonza pisándose los tobillos y los guerrilleros pagaban sus autos a plazos. La vida estaba tomada. Pero el hombre de este cuento no sentía nostalgia, ni frío, ni paz ni tormento, tan sólo sonreía para adentro, como si tuviera un palillo en la boca, y se sentía bien de no sentirse mal.</span><br />
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<span style="font-family: inherit;"><b><i><span class="Apple-style-span"><span style="font-size: large;">Ella:</span> </span></i></b>Es urgente sacarse del estómago una cerilla que encenderemos luego contra el respaldo de la puerta, todas las puertas son lo bastante ásperas para encender una cerilla, todas, hasta las más pequeñas; como esa que encontré bajo el lavabo cuando fui al baño en la mañana. Sufro de estreñimiento, tengo que, a fuerza, tomar un café y en dirección al baño encender un cigarrillo para que el tracto intestinal se mueva. He querido comentar esto al médico, el calvo que vive en la avenida Piar, porque él siempre me desconvence, me descoloca las visiones hasta hacerlas caber en una caja que yo, con cierto dolor, hundo para siempre en la tierra buena de mi memoria selectiva. Digo que vi una puerta, pequeña, muy pequeña, bajo el lavabo; no estaba ahí la noche anterior, ni la noche antes de esa noche, no estaba cuando alquilé el apartamento, ni siquiera la vez que Ana se apareció con la botella de Absenta y unas pastillas, no existía. Es pequeña, ya lo dije, y también es vieja, muy vieja, parece el chiste de una puerta, es desproporcionada, angosta en la base, se ensancha cerca de los bordes superiores, como si la estuvieras mirando a través de una botella, así. Es verde, la puerta, y tiene una manija dorada, abajo la ranura, tan pequeña que, pienso yo, no debe existir llave para abrirla. Estoy sentado en el váter, olvidé encender el cigarrillo antes de sentarme, miro la puerta, <i style="text-indent: 0px !important;">todas las puertas son lo bastante ásperas para encender una cerilla</i>. A la primera calada el intestino se detiene, me detengo yo, mi mente se detiene, vuelvo a mirar la puerta, esta vez, pantalones arriba -resignado ante la negativa del intestino-, me agacho, acerco el ojo derecho, hay pasos y sombras detrás de la ranura, pasos de hormiga, pasos de algo más pequeño que la puerta; me alejo asustado, de la puerta asustado como un niño o un idiota. De inmediato llamo a un albañil que tardó tres largas, larguísimas horas, en tapiar la puerta con cemento. Digo que fueron largas porque cada segundo se estiraba lo indecible cuando me daba la impresión de que los habitantes, al intuir que cancelaban su portal, abrían con asombro, indignados como es natural, de que un humano idiota violara su derecho a transitar libremente por el planeta azul. Pude respirar, por fin respirar cuando el cemento endureció por completo y tuve la seguridad de que los habitantes no podrían utilizar aquella puerta para trasladarse de un plano a otro. El problema es que ahora, cuando me olvido el encendedor, no tengo cómo fumarme el cigarrillo que desbloquea el estreñimiento, no tengo la áspera superficie de la puerta. </span></div><span style="font-size: large;"></span><span style="font-size: small;"> </span>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-13937151823107004282011-04-15T00:03:00.002+02:002011-04-15T01:21:28.180+02:00Piedra y farol y luna<div style="text-align: justify;"><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Nadie sabría decir a ciencia cierta qué es un farolario; construirlo implica un estado de contemplación minucioso, implica dejar caer la mano abierta de los ojos sobre cada cosa pero, especialmente, sobre la realidad oculta que cada cosa alberga en el útero, como un dato escondido dentro de una piedra; puede ser cualquier piedra, un quarzo, un guijarro modelado por la ola de un siglo, aguamarina líquida del tiempo. Nadie sabría decirlo, no se trata de coleccionar faroles en un cuaderno, dibujarlos rápidamente, antes de la huida estática que emprenden cuando viajamos en el tranvía. Yo, personalmente, prefiero los faroles rotos, los que se han quedado con el foco tuerto, como si la noche hubiera engullido sus ojos; son más agudos, ciegos en la penosa obligación de alargar los sentidos restantes, un símbolo que al no iluminar los pasos del errante eterno, lo obliga a crear su propia luz.<br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Nunca un clarinete había sonado a níscalo, ni un cienpies había recorrido la Amazonía, ni siquiera Salvador Roncesvalles se llamaba así. Era una cuestión de inexactitudes, sólo eso. Un día o más bien un año hacía muchísimos días, Salvador salió de casa con el sólo apoyo de un paraguas deshilachado, pero aunténticamente inglés, y una gorra del beisbol de la segunda liga. Hacía un calor de los mil demonios y un frío allá dentro que no se podía caldear con ningún roce ni caldera. El camino nunca le importó y cualquier paso le moría en el siguiente, pero no olvidó, eso nunca, aquellas viejas historias que de niño le contaba su abuelo. Los soles se fueron rodando y la luna siempre era la misma, allí colgada del perchero de su pensar en las sobrecenas cubiertas de estrellas y ningún tenedor. Una de esas noches se agolpó en la barra de un bar sumido en tequilas y pasados que no habían sido. Una sonrisa y una lengua y dos copas más y un alivio en un catre de pocos muelles ya. Quizá a él no le importaba la urgencia de la mujer más que la suya propia y de pronto notó que en su clavícula se formaba una especie de protuberancia entre cartílago y suave plumaje de ala blanca de ángel o tal vez de querubín, vayamos nosotros a saber las categorías o clases de los prodigios. El caso es que de aquella carne, de aquel catre, surgió un vuelo que al principio era raso y poco a poco de vista de pájaro, y más tarde el vuelo de un condor dibujando las líneas de la mano del mundo desde su cielo infinito. No sabemos a ciencia cierta más de este anecdotario, tan sólo creemos recordar que Salvador continuó volando y planeando y mirando los arroyos serpentearse entre los refajos de un entretejerse arbóreo. Una luna se hizo noche y le besó en párpados. Llovía a cántaros afuera de su impermeable y las ranas cantaban canciones de boda. Todo estaba oscuro menos aquella mancha blanca, como si fuera una mejilla dispuesta a ser besada. Tampoco nadie me dio cuenta de lo que digo, pero yo sé que si alguna vez la miro escribir</span></span><span style="font-size: large;"><span style="font-size: small;">, en su libreta las palabras se convierten en piedrecitas para llegar hasta ella.</span></span><br />
<span style="font-size: large;"></span><span style="font-size: small;"> </span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-60866171865225046162011-04-09T06:23:00.000+02:002011-04-09T06:23:55.425+02:00Sol de medianoche<div style="text-align: justify;"><strong><em><span style="font-size: large;">Él: </span></em></strong>Su bisabuela, siendo Violeta una niña, le había contado que en <span class="ecxapple-style-span">Utsjoki, Finlandia, el sol no se ponía en seis meses. Por supuesto no la creyó, pensó que la viejecita estaba senil o que intentaba impresionarla con aquel imposible. Pocos años después en la clase de física le explicaron y a ella se le cayeron dos lágrimas en el primer movimiento de traslación entre la realidad y la ficción que acarició su pensamiento. Violeta creció entre bosques azules sumergidos en el mar y entre aquelarres rituales que envolvían la luna de motas de ahoras o de mañanas brumosas en las que de nuevo salía el sol. Finlandia es una tierra de lapones y renos y perros tirando de trineos sobre lagos helados para ir a destinos sin llegada ni salida. Como el sol de la medianoche. Un día Violeta coge sus bartulos, mete en su mochila tres remeras, unos jeans y dos mudas, da tres besos al aire y se dirige por la avenida con su sonrisa calada hasta el tuétano. Mira al sol apantallando sus manos sobre los ojos. Está muy alto, mucho más que el avión que la deja en Helsinki, mucho menos que su ilusión y el recuerdo de su tata. Llegar a Utsjoki es más complicado, cuatro días y cuatro noches de sol blanquecino, ampuloso sol desleído, borroso y palpitante sobre el traqueteo del trineo. Los perros aullan y se mueven inquietos viendo tumbarse la luna con el sol, la hoguera es un baile de brujas desde donde la bisabuela le habla de las noches pálidas, las estrellas son briznas en las que se reflejan aquellas dos lágrimas y unas cuantas más. Violeta exhala el humo de su cigarrilo como si dibujara la aurora bolear. En Utsjoki le dan una habitación en algo a lo que llaman hotel, la sopa de verduras y el aguardiente la traen a la vida. Dormir con sol no es fácil, pero por fin llega el sueño y vuelve a dibujar peces de colores en una habitación de Praga, camina por sus calles buscándome y al despertar el sol sigue medio dormido, esperando que alguien lo ponga a rodar. En la fotografía se ve un muelle de madera, apenas cuatro tablones asomándose a un lago helado, un farol ilumina más que el sol a una mujer que abrazada a un hombre observa el horizonte. En el reverso de la fotografía, apuntada a lápiz presuroso, 69º 54' 22.01" N. Cuando llega al mismo punto se sienta y mira como su bisabuela miraba aquel sol setenta años atrás. Violeta sonríe, se siente feliz.</span><br />
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<b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Todo quieto, el apenas vapor de un adagio a punto de extinguirse, la sombra de un paso y otro paso que por un segundo abre la puerta de la nevera y desaparece los últimos dos dedos de vodka en la botella, a ritmo sostenido por el drenaje de la garganta; después todo quieto, como la sangre cuando se muere, sólo la noche inmóvil, la noche blanca trayendo una criatura a la vida desde el papel. En Utsjoki es fácil escribir porque hay silencio y claridad nocturna, un sol de leche que despeja a la noche de su tinta. Es fácil escribir en Utsjoki porque el tiempo se delecta, una noche tarda 73 días en llegar y las nubes lo cubren todo, como esa sustancia que nos impide recordar el sueño que apenas cinco minutos atrás... El caso es que Violeta frota las manos con su aliento porque el frío perfora los tendones y necesita terminar la criatura, necesita enviarla a Praga con intrucciones más o menos precisas sobre cómo debe ser el traslado y el alojamiento de su amo. Al momento de cruzar el umbral hacia el día perenne de Utsjoki, el hombre debía deslizar la criatura bajo la puerta para que esta se abriera. Encontraría a Violeta incrustada en el escritorio, frontando sus manos, entumecida la nariz, la uña del meñique izquierdo, inmóvil ante un frío intolerable, pero suave, a punto de nacer en la boca de un lobo con ojos de hombre. </div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-53903623720735717782011-04-07T00:39:00.002+02:002011-04-07T12:32:49.350+02:00Orquidiario<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"></span><br />
<span style="font-size: large;"><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;"><span style="font-size: small;"><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;"><strong><em>Ella:</em></strong></span> Tomé otra ruta para regresar a casa, una calle menos transitada y, por ende, más pacífica. Las pocas veces que he pasado por ahí, me queda la sensación de que nadie vive en esas casas, a pesar del meticuloso cuidado porque mira qué bonitas las paredes y los jardines y esa vasija de cerámica que parece el residuo de un naufragio, puesta allí como un trofeo muy antiguo. Ya el sol no incide tan directo en la piel, no apuro la línea hacia la casa, no hace calor. Mientras avanzo dejo caer la mirada sobre los jardines, el verde es el color más importante del mundo, pienso, y sigo un pie y otro pie hasta que ojos contra una bandada de orquídeas que atravesaba inmóvil la terraza de una casa azul. Me detuve como si un infarto, porque las orquídeas y yo tenemos, cómo explicarlo, las orquídeas y yo, simplemente. Me acerqué a mirarlas, me importó poco la propiedad ajena -el que no quiere que le roben las flores que las esconda, pensé-, así que planté cada ojo con su zapato hasta que fantasma desde la puerta hacia las orquídeas, un fantasma con cara de señora que lame vinagre. Podría decir que me asusté, pero sería una afirmación imprecisa, yo me sentía en mi pleno derecho porque todas las orquídeas del mundo me pertenecen, algo tácito entre las orquídeas y yo. El fantasma me acusó de querer robar sus flores y qué iba a decirle si era cierto, si las quería todas en el bolsillo de mi casa, yo la acusé de ser un fantasma...</span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;"><br />
<span style="font-size: small;"></span></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit; font-size: small;">Será continuado</span></div></span><br />
<span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Había un bosque de toallas blancas ondeando hacia el horizonte de más allá del este y un sendero de piedrecitas puestas en fila para señalar el camino desde las afuera a casa. Aquella noche la luna iluminaba el bosque y un cielo como meditabundo sonreía con estrellas adormecidas. Tú caminabas despacio, como dejándote querer en cada vaivén de tus caderas, y cantabas aquella vieja canción de janis joplin. Me preguntaste con tus ojos luceros si me iba a quedar hasta el alba y yo supe que sí. La canción se desgranaba como si no se supiera canción hasta después de cada nota, yo intentaba ordenar los pensamientos de cuatro en cuatro, pero ellos me salían de seis en seis. Te seguí andar como quien no anda a ningún sitio, rozando con tus labios alguna nube de esporas recién descendidas del mismo sitio donde los cielos, ronroneando como tu gato Abel rozando los arco iris de las gotas de rocío con tu aliento. Te seguí subir la colina y bajar lentamente hasta el arroyo, te seguí pensar quieta, muy quieta, cada una de las mil palabras con las que habías tejido tu niñez. Te seguí acariciar una caracola que soñaba el mar, una pipa que dibujaba el mar, un mar que delineaba el horizonte. Cuando llegaste cerca de tu morichal te sentaste a escuchar su rumor y te adentraste en la choza aquella en la que una noche viste la luz de un candil escribiendo en la oscuridad las señales del amanecer. Luego vino otra vez el camino y una casa amarilla como la de Van Gogh y unas cuentas de colores que jugaban entre ellas a adivinarse los sentidos. Caminamos por la noche descolgando tus luceros y rodeamos el jardín de la casa. Estaba llena de orquídeas azules y grises y rosas y sin color. Había una orquídea sin color abierta como un clítoris húmedo, me dijiste, y también una orquídea negra que estaba destinada a la hija del gobernador. Me besaste suave, como un recuerdo por venir y la señora de la casa te quiso regalar una flor y tú dijiste que no con una sonrisa que sabía querer. </span></span><br />
<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span style="font-size: small;"></span></span><br />
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</div><div style="text-align: justify;"></div><div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-975109011816404242011-04-05T00:24:00.000+02:002011-04-05T00:24:14.566+02:00Hendiduras<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;"><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>El muelle es larguísimo, se extiende hasta el centro del lago. Apenas una ráfaga agita la piel solar del agua. El hombre se sienta, no deja de mirar la puesta de sol mientras se acomoda en los tablones de madera. Coge el libro, lo abre en cualquier página, hace apuntes en la libreta, luego inhala el color rojo de la tarde hasta que se tensan los pulmones. Intenta espantar los mosquitos que a esa hora de la tarde se multiplican, escribe un nombre, mil veces un nombre en la libreta, luego repasa la hendidura de tinta verde en la página, la hendidura en el contorno del nombre, la besa a ella, a través del nombre, y ella, al otro lado del lago, siente la impresión de unos labios en la mejilla. </span><br />
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<span style="font-size: large;"><span style="font-family: inherit;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Sus ojos eran dos luceros negros y plutón había dejado de ser planeta. Eran dos datos aparentemente incongruentes, pero cualquier observador que fuera capaz de proyectar un triángulo escaleno entre las puntas de sus pies empinándose para llegar al visor del telescopio, sus ojos brillantes haciendo esfuerzos para focalizar el universo y su sonrisa de luna recostada en el borde de una confidencia o de un te quiero, enseguida se hubiera percatado que cualquier cosa de este mundo podría dejarse pasar menos el hecho de que unos ojos iluminaran el cielo hasta convertir la noche en estrellas y a plutón en un corazón incandescente apuntito de palpitar. La secuencia de sucesos no está completamente registrada, pero se sabe que lo primero que tuvo lugar fue un sueño sobre una barriga. Lo segundo, y sorprendentemente anterior a lo primero, fue un juego en el que se juntaron dos porqués. Lo tercero fue un viaje alrededor de Meliès, lo cuarto el mismo catalejo de lentes convexas y los órdenes siguientes se descompusieron la corbata y el rito de casarse cada día mirándose las almas llegó a ser tan saberse juntos a cada segundo siguiente, a cada luna creciente que se arrimaba gustosa hasta el mismo hocico de Plutón. Del porqué el astro fue despojado de su condición de planeta no podemos saber, pero sí sospechamos de confabulaciones y reuniones elípticas de las que dan vueltas sin ton ni son hasta que alguna insidia se vuelve daga y velo y pasos amortiguados por un silencio culpable. Dicen que fueron los planetas sin nombre los que comenzaron la trama, que alguno de ellos ridiculizó el sinsentido de un planeta sin órbita, otros dicen que fue la simple inercia de una gravedad inexistente más allá de cualquier experiencia humana o que el recuerdo de las letras de Poe actuó como condena irremisible. El caso es que plutón perdió su título de planeta y su letra mayúscula y ahí lo tenía yo en esos mismos momentos en que dos luceros como ojos de ciervo dibujaban las estrellas en su noche. Ella estaba aupada al telescopio del observatorio, en el pueblo de Greenwich, a pocos metros del meridiano cero. Sus puntillas de bailarina se balanceaban al ritmo con que sus ojos describían el triángulo escaleno entre la luna y el deseo. Yo sujetaba su cintura y olía sus caderas con el sucedese de mis dedos bajo su falda, ella sonreía luna reía noche miraba quieta el transcurrir de lo equívocamente llamado infinito. En la lente del catalejo se dibujaba Pluto.</span></span></span><br />
<span style="font-size: large;"></span><span style="font-size: small;"> </span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-36297816358756078812011-04-03T23:37:00.000+02:002011-04-03T23:37:30.975+02:00Dedos de metal sobre farol y piano<div style="text-align: justify;"><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Hoy se cumplen, exactamente, dos décadas y una luna desde que el accidente y los vidrios en la mano. Los años le arrugaron la cara, como un papel que directo a la basura y adiós ese cuento mal escrito, mal pensado, mal parido. El caso es que las manos, o lo que queda de ellas, se estiran un poco, se abren como si quisieran sostener algo pesado, de pronto la prótesis de la pierna o el sillón en el que se sentaba a tocar el piano Pero del sillón nada, también luce encorvado, como si la ausencia de un cuerpo en su estructura pesara más que el mismo cuerpo. Habría que quitarle una capa muy densa de polvo, de pronto con el estropajo amarillo que cuelga de la puerta del baño, pero no, nada de limpiar con estos dedos que no son dedos sino una colección de gusanos de metal que no responden de inmediato a las órdenes del cerebro. Hoy tampoco se hará la limpieza, ni se hará nada. Nos sentaremos a mirar el rebote de luz contra la superficie pulida de los dedos de metal, nos sentaremos a llorar un poco al mirar el piano, y luego abriremos la puerta a los alumnos del conservatorio.<br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Los viejos faroles de gas siempre le habían causado una ensoñación cercana a la narcolepsia. Le gustaba caminar entre el atardecer y la luna dormida de farol en farol, algunas veces descubría palomitas de la luz revoloteando a su alrededor y las imaginaba campanillas alborotándole la tristeza, tirándole de las mangas de los recuerdos oxidados, cantándole la canción del arroz con leche con una sonrisa de aquellas que se balanceaban en su cara de bruja de las mil trapisondas. Ella le había dicho que le dibujaría un falorario y estuvo meses coleccionando fotos de farolas de todo el mundo, sobre todo de ciudades con atardeceres tristes. Luego de escogerlas con el escrupuloso método del amor, las fue dibujando una a una en su grandísimo bloc de pasta de algodón. Utilizó las acuarelas para ello porque pensó que así podría rimar las nubes de penumbra con las nubes de espuma de mar que de niña veía salir de la pipa de su padre. A cada farol dibujado le añadía una pequeña historia, uno de esos cuentos maravillosos que ella urdía casi sin pensar dejando que las palabras salieran de su boca como pelusas. Ella decía que esas historias no eran inventadas, eran historias que los faroles habían presenciado en alguna ocasión, tan verídicas como que la luz que se descolgaba de ellos no era luz, sino la púrpura del tiempo. El hombre recordaba cada uno de los faroles dibujados para él. Se detenía en cada nuevo farol de su paseo como si pasara una página de aquel cuaderno, leía en su memoria cada palabra, cada pelusa, de aquellas historias, cada noche como si no hubiera más día, cada noche como si no hubiera más noche. Recordó la historia del farol con una niña a la que le habían crecido pies de arlequín, la de las palabras que se trasvestían de números para salir de fiesta, la de aquel gato llamado Caín que siempre volvía magullado a casa por defender a su hermano Abel. Tantas historias, tantas noches, tantos faroles.</span></span><br />
<span style="font-size: large;"></span><span style="font-size: small;"> </span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-80397112601323003232011-03-31T20:04:00.000+02:002011-03-31T20:04:16.916+02:00La vida desde la vida, y a la inversa<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em><br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">En aquella ciudad todas las personas llevaban un aparato de pensar bajo la sien derecha. Era un minúsculo chip que les insertaban a los bebés nada más nacer, con una cánula. Sebastian Luna no había sido una excepción, en su quinto minuto de vida recibió un chorro de colores y signos, de señales y sonidos clasificados por frecuencias y tonalidades, de olores que nunca se olvidan, de tactos de caricias que aún no había sentido, de mil sabores como mil alfileres clavadas en sus papilas, de mil recuedos de cosas que nunca recordaría haber vivido y un acontecer. Sebastian, como todo el mundo, crecío ensimismado y perdido entre tanta información que le cubría hasta las orejas de la noche a la mañana. Todo el mundo se lo sabía todo, todo el mundo se paraba en la misma esquina a olisquear el mismo pasado, todo el mundo soñaba en fila india y pedía turno para despertar en el mismo momento. Un día, cuando ya sus recuerdos se amontonaban junto a los que nunca habían sido suyos, Sebastían decidió pasear por el barrio de las calles empinadas. Nunca se había atrevido a tanto. Hacía un sol de plomo y su chip le pitaba en los oídos que no debía seguir por allí, pero habían demasiados segundos iguales, demasiados pasados paralelos, demasiados porqués enlatados. La fatiga ya no le dejaba respirar cuando desde una esquina una muchacha le gritó antes de soltar una marejada de risas: “Eh, tú, el de los ojitos verdes: ¡esa polla que no pase hambre!” Sebastian oyó el cántico de la sirena como si nunca hubiera almacenado dentro de sí todos los cánticos muertos. No fue capaz de dar un paso más. La muchacha le miraba con miel y las volutas de risa se desparramaban calle abajo hasta inundar de mañanas los instantes caducados desde aquella cuna. Sebastían tartamudeo un te quiero que no sabía querer aún, se reptó hasta la misma esquina de aquella risa minifaldera y plantó un par de dedos en el mapa de las nubes de aquella criatura. El pitido del chip se volvió insoportable para cualquiera que no fuera el que besaba a Violeta. No sabemos cómo fue ni cómo pasó. Dicen que Violeta dibujaba alas cuando miraba, dicen que los cielos se fundían en lluvia cuando ella lloraba, dicen que sus palabras se convertían en pelusas nada más las pronunciaba, pero lo único cierto es que Sebastían comenzó a llorar como bebé y palmada.</span></span><br />
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<span style="font-size: large;"><b><i>Ella: </i></b><span class="Apple-style-span" style="font-size: small;">Los campos de lavanda se agitan coreográficamente. Piel de erizo y aire que devuelve aroma purpúreo. Tanto oxígeno en los pulmones que una grieta, y otra grieta, y otra, hasta que el cuerpo roto bajo el sol se deja puesto, nadamás, el momento de cien años en que la puerta de la cabaña se abre y el olor del pan, la mantequilla, el café, sus ojos y la sonrisa a punto de abrir las piernas, redimensionan las cuatro letras de la palabra </span><i style="font-size: medium;">vida.</i></span></div><span style="font-size: large;"></span><span style="font-size: small;"> </span>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-44347660957763969352011-03-25T06:04:00.000+01:002011-03-25T06:04:15.053+01:00Retrato de viaje estático<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em><br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> Todos sabemos cómo es una cámara hiperbárica, pero esta tenía una pantalla de televisión frente a mi rostro, a cinco centímetros de mis ojos desacostumbrados a tanta oscuridad y a tanta luz, a tanto parpadeo del cátodo dibujando setenta veces por segundo las seiscientas veinticinco líneas del mapa de su cara riendo para mí, para que yo viviera, llorando para que yo viviera, cantándome la canción de Luca y alguna de Janis Joplin y todas las de Calamaro y arroz con leche también. Todo un repertorio para que yo la respirara una vez más, para que yo me diera cuenta de lo que me perdía si me iba. La primera vez que la vi fue en fotografía. Bueno, yo pensé en aquel momento que aquel rostro radiante estaba fijado en sales de plata, pero lo que quedó fijado para siempre fue mi paso a su pulso, mi huella a su piso, mi siguiente a su simiente. Y los juegos de palabras se convirtieron en pompas de jabón líquido que ella insuflaba con una pipeta y luego pintaba con acuarelas que me estallaban en mil plumas de peleas de almohadas y el sueño se estiraba las enaguas hasta el ombligo y una ducha fría para sellarnos los arañazos de la noche y un café, un café y su sombra blanca comiéndose mi tostada con tomate. Y ahora su cara en la pantalla a medio llanto y a media risa pidiéndome no me dejes, que no se nos rompa la mirada de esos ojos de pez que bailan entre corales y caballitos de mal. Ella acercó los labios a la pantalla y dejó marcado un beso que me durmió. Cuando desperté ya no había cámara ni pantalla, su mano cogía la mía y sus labios me susurraban aquella canción.</span><br />
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<b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella:</span></i></b> Piano y dedos al punto; entonces fusión, música, bala de agua, como de agujas que estiran el alma dentro del cuerpo. José Luis es una prolongación del piano, cada uno de sus dedos es una tecla invertida que suena al hundir las piezas. Lo escucho con los ojos, con las manos, en mis oídos crece una lágrima que mi mente reabsorbe; entonces viaje, desencarnar, mirar el cuerpo y comprender que es tan sólo una envoltura que se oxida con los años, y que también los años se oxidan a causa de la envoltura, se contaminan de movimiento intestinal, rotación y traslación en torno al eje del absurdo, una piedra que gasta la mente e inhibe los viajes estáticos; pero nada de eso importa ahora porque sus dedos y el piano, el piano en sus dedos y esa voz de las cavernas que resucita en mi interior cuando melodía y terapia significan la misma cosa. </div><span style="font-size: small;"> </span>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-91380757162128533152011-03-22T23:34:00.000+01:002011-03-22T23:34:18.315+01:00Erizo de lenguas<div style="text-align: justify;"><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Se inclina sobre su hombro, una película de calor delata la cercanía pero aún no hay contacto. Ella sabe que él, detrás de ella, se inclina para alcanzar la última letra en el extremo derecho de la página, pero no la toca. Ella anhela el accidente pero él es taimado, prudente, no la toca. Así pasa que Violeta, nerviosa, pierde poco a poco la postura recta, le cuesta fijar el pulso que sostiene el libro de Nabokov. Cuando está a segundo y medio de girarse para descubrir quién la mira a través del libro, él empieza a leer en voz alta, apenas alta, lo suficiente como para que a ella vértigo de nubes y suero de algas, algo como frotarse contra un erizo de lenguas. El caso es que él, mientras Violeta sostenía el libro y pasaba las páginas, estiraba la sombra de cada mano y levemente posición en la cintura, como si un gato detrás de la puerta. Lento hacia las caderas un dedo y otro dedo, leía una frase y otro dedo como una araña que jamás suelta su telar de aire. Y Violeta, pues, respiraba, pugnaba con el pulso para no soltar el libro mientras él leía y la tocaba desde el otro lado del espejo, semejante ruído atraería la atención de las personas que, sin siquiera imaginarlo, eran testigos de un intercambio de luz.<br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> El cachivaches era un abuelillo patizambo que arrastraba canas y olvidos por el barrio donde yo me crié. Algunos decían que estaba mal de la chaveta, otros lo saludaban con afecto y algo de conmiseración, le daban dos chavos para vino o un hatillo de tabaco recién secado. Siempre me causó respeto aquel viejo, un respeto que estaba a medio camino entre la oscura admiración y un miedo que no me quería reconocer. Iba de un lado a otro con su bicicleta, cruzándose entre los autos y no respetando ni semáforos ni pasos de cebra. Ahuecaba la mano sobre su boca e imitaba las sirenas de bombardeo, se bajaba de la bicicleta y empezaba a correr, a empujarla, sin ninguna dirección sospechable. Gritaba: ¡Socorro! ¡Socorro! ¡Asesinos! ¡Asesinos! Y yo enseguida recordaba las historias contadas en un susurro por mis padres, veía a mi madre cosiendo de madrugada, a mi padre haciendo recados durante el día porque el trabajo le estaba vetado. Oía las descargas de fusiles, veía la sangre delineando las tapias de una memoria que no era mía. A algunas mujeres le daban aceite de ricino y les cortaban el pelo al cero, algunos hombres se escondían en agujeros de los que ya nunca saldrían. El cachivaches corría sin sentido con su bicicleta, con el tiempo y los días ya nadie parecía recordar quién fue, por qué fue. Un día lo atropelló el land rover de la guardia civil. En el labio llevaba un trozo de regaliz, en la mano derecha agarraba con fuerza un manojo de hierba, en el bolsillo llevaba un retrato de su madre y un poema con la tinta desleída. </span><br />
<span style="font-size: small;"> </span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-14466646145740894012011-03-20T01:08:00.003+01:002011-03-23T10:55:40.488+01:00De cómo una historia se hace inmune al óxido del tiempo<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> El camino hacia el castillo es tortuoso, empinado, con decenas de revueltas en las que nunca ninguna esquina mira hacia la misma calle. Los embozos se cruzan y se saludan con una persignación, a veces es mediodía, a veces medianoche, pero siempre la oscuridad encubre los corazones. Se oyen campanas que suenan como almuecines, se oyen pasos apresurados y susurros recelosos de serlo. Hay como una magia flotando en humo blanco, es el vaho de tu boca dibujando en el aire las fórmulas secretas de cómo convertir los relojes en cofres donde guardar mañanas. A mitad de la empinada colina hay una casa abandonada, tú siempre has querido que fuéramos hasta allí. La nieve se vuelve sucia bajo su porche, tiene ventanas góticas y sombras que se desfenestran desde ellas, cristales rotos colgados de algún sol muerto, atardeceres tristes mirando desde los umbrales temerosos y justo en el centro de la puerta principal hay un aldabón, una mano que fue dorada sujetando con fuerza la esfera negra del mundo. Entramos despacio, con la prevención del que no quiere creer lo que sabe, y tú me coges fuerte la mano como para borrarme cada una de las líneas que me has escrito en ella. Hay una escalera de madera desvencijada con el señorío agujereado en algunos escalones. Subimos crujiendo las maderas y nuestros pulsos. Sobre el hueco de la escalera se balancea una lámpara con lágrimas, arriba de ella una gran vidriera cierra en cúpula con la figura de un dragón que vuela sobre la noche. En el primer piso hay un gran salón de baile, en su centro una mesa de comedor con ocho sillas alrededor, en una silla hay un rabino sentado. Es el rabino Löw jugando con arcilla. Tras el rabino hay un ventanal que ocupa toda una pared, unas cortinas rancias se descuelgan sin pudor del techo. Nos acercamos hasta la ventana. Una luna inmensa ilumina Praga. Todo es tan mágico que no me extraña oír tu voz cantándome una canción al oído. Los tejados de la ciudad aparecen dormidos y brillantes. Paso mi mano por tu cintura y la aprieto fuerte. Todo es tan real como la sonrisa de la luna.</span><br />
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<b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Se sienta al borde de la página en la postura de siempre: un espasmo que endereza su espalda, como si le atravesara una descarga eléctrica, el hilo de una descarga eléctrica recorriendo el espinazo. Se sienta sin bosquejo inicial, a causa de la urgencia, el saberse habitada por un rostro diluído en cada poro del sueño. Se sienta y escribe como si las palabras fueran una prolongación de su cuerpo, las ondulaciones vibratorias de su cuerpo que abren la boca para pedir una cartografía de piel, la trenza mortal de las piernas en la mañana que café y orgasmos y algo más que no puede tocarse pero que, aún así, es más real que toda cosa palpable bajo las manos. Se sienta y escribe una historia de final impreciso, con matices de árbol, para no sentirse tan pequeña ante la muerte mientras flota, para prolongar más allá de su propia vida la vorágine de luces que arremeten cuando sus ojos. </div><span style="font-size: small;"></span><br />
<div style="text-align: justify;"></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-11313657334733992352011-03-19T09:13:00.000+01:002011-03-19T09:13:03.101+01:00Sobre cómo pintarse el cuerpo<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em>Ellos:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> </span><br />
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<span style="font-size: small;"><b><i>Lado A: </i></b>Los colores iban cayendo del pincel gota a gota. Nadie podría haber adivinado de qué color sería la siguiente gota, pero de una forma que el que esto escribe no sabe explicar, cada gota se pintaba de todos los colores en su caída, como si un arco iris intentara encontrar una salida al reflejo de su calor. Quizá eso era una lluvia. La pintora llevaba su bata blanca constelada de rojos y amarillos y púrpuras, en el lienzo su retrato dibujaba trazos de mar y algas y caracolas acostumbradas a sonar por detrás de sí mismas. La arena era una nube de minúsculos granos de cristales y feldespatos con aroma de café recién molido. Por la ventana luz, por el suelo corrían las canicas del sueño y la risa se desperezaba a poco que un silencio no estuviera atento. La mañana y el lienzo blanco y Violeta pintándome un retrato. La bata entreabierta, el ombligo mirando y el tiempo entresombreado. Yo nunca pude ver mi retrato, por alguna magia que tampoco puedo explicar, cuando volteaba el mundo para ver lo que ella, yo ya no estaba, en el lienzo sólo podía ver uno de sus poemas. Había días que de un salto intentaba ponerme al otro lado de la realidad y sorprenderme congelado en sus trazos, pero el cielo se cambiaba de traje mucho más rápido que yo y de nuevo en el lienzo sólo palabras de colores y su sonrisa jugando a quererme a las cuatro esquinas. Otro día le pregunté para cuándo pensaba terminar mi retrato, cuándo podría verme como ella me veía, y de nuevo su sonrisa me susurró un nunca podrás verte como yo te veo porque entonces ya ningún color podría sentirse gota y beso y quiero. Las palabras jugaban al corro y se pintaban de colores, las líneas eran como mapas donde las geografías fruncían los horizontes para acariciar su boca. El lienzo es la playa donde nuestras huellas se encuentran. </span><br />
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<span style="font-size: small;"><b><i>Lado B: </i></b>Cerrar la mano sobre el pincel para bosquejar el mundo exterior era difícil, tanto como relajar los músculos en el ombligo de un orgasmo. Violeta contaba las líneas, guardaba trazos en la esquina roja de su bata, racionaba las gotas de pintura que le exprimió al bosque. Quería usarlas para retratar el lado oblícuo del aluvión, la concatenación de ráfagas que luz en los poros ante su piel tibia, quería decir tantas cosas con imágenes, mirar su rostro apareciendo bajo el pincel , que al final, cuando miraba el cuadro -sin terminar siempre-, lo que encontraba era un poema que, justo en el espacio que hay entre un segundo y otro, se abría como un arrecife para unir las huellas de un lienzo. </span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-48804091981133733302011-03-16T23:58:00.001+01:002011-03-17T10:14:00.975+01:00El teletransportador<div style="text-align: justify;"><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Cuenta los billetes al vender la última caja de incienso. Los recorre con el tacto, los frota, aproxima el oído para identificar las marcas en relieve, disfruta el sonido áspero que emite el papel moneda. Sonríe, se lleva una taza a la boca y sonríe; ignoramos el contenido de la taza pero se cree que algo caliente en las papilas, algo dulce como un diente de azúcar. Detrás de los lentes oscuros que jamás retira de su rostro no hay nada, tiene los ojos en la punta de los dedos.<br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> En tiempos de Jan Huss ya se conocía cómo. La nieve y la chimenea parecían atraerse en un no sé de blancos y humos y llamas que se volvían azules de frío. El hombre pelirrojo cubierto con la pelliza manchada de barro y hambre acostumbrado a dormirse para no saberse. El yunque bajo el cobertizo bailaba las espurnas entre la escarcha, el viento dibujaba eses entre el suelo y las huellas de los animales parecían recordar el estío y el valle. El método era tan sencillo como soplar la llama y el vidrio empezaba a engordarse como un globo de azúcar y caramelo. Al principio era del color del fuego, luego del color de la nada, luego del color del sueño; al principio se convertía en mundo, luego se dibujaba un aura, luego se quebraba en figura y sombra, en paso y descanso, en vida vacía para llenar de suerte. Luego venían los segundos y otro soplo y el vidrio se hacía otra vez llama, otra vez tierra, otra vez agua. El hombre pelirrojo le daba forma con su hierro, con su soplo, hasta convertirlo en piedra sin colores, en adentro y fuera, en silencio y espera. La técnica consistía en sentirse allí, rodeado por el vídrio, botella y barco, cerrar los ojos y desear muy fuerte. Entonces el tiempo se convertía en lluvia y los horizontes se ablandaban y la distancia se cubría con un latido. Sólo había que desear estar para estar y la tundra y la nieve se convertían en un morichal y un sol naranja y unos labios de beso y un guacamayo azul señalando el destino.</span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-76983493562541003732011-03-14T22:46:00.000+01:002011-03-14T22:46:38.546+01:00Cuento con recaída<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Cada día me despertaba con una teoría nueva que iba leyéndome con voz concentrada y la lengua relamida del café con leche. Se sentaba a horcajadas sobre la cama y movía la uña roja del dedo gordo del píe al ritmo de su voz. A mí me maravillaba cómo se metía en su papel de hada de las matemáticas, cómo me llenaba la habitación de burbujas de fórmulas y números y cifras imposibles de descifrar. El pelo le caía por las mejillas y le tapaba siempre un ojo, los labios se le almohadillaban al sonido de sus palabras y cada vez que iba a pasar una página se chupaba el dedo pulgar con fruición y levantaba su vista hasta la mía. Unos días eran los números primos, otros la cuarta dimensión, los sábados siempre me hablaba del enigma de Fermat y los domingos nunca me podía levantar si antes no me había hablado un poco más del número pi. Aquella mañana me dijo que siempre había soñado con números transversales. Yo le pregunté asombrado qué coño eran los números transversales y ella me respondió que aquellos que no se pueden contar de uno al siguiente, sino que tienen que ser vistos al través para darse cuenta de lo que son. Me siguió hablando durante mucho rato del número ámbar, el primero de todos los transversales, y de sus propiedades para hacer que todo aquel que lo sume consigo mismo consiga hacer feliz a quien mire. Me miró y cerró con cuidado el libro señalando con su lapicero la página en la que se había quedado. Llevaba puesta la camiseta azul del escritor cretense, la que yo le había regalado meses antes, y sus pulmones se llenaban del aire tibio de algún número transversal. Juntó sus manos con las mías y me pidió que cerrara los ojos cinco segundos. Cuando los abrí estaba en un bosque de bambú. Parecía una especie de laberinto completamente recto. El bosque era tan tupido que apenas se filtraba algún rayo de sol. Ella estaba conmigo, cogiéndome la mano y tirando de ella para que la siguiera. Anduvimos un trecho muy largo sin que pareciera que avanzáramos porque el paijsaje se mantenía exactamente igual. Mucho tiempo después llegamos a una especie de plazoleta rodeada por los árboles y con un pozo en su centro. Ella tomó la cuerda de la polea y tiró hasta que un cubo de agua llegó a la superficie. Lo apoyó en el reborde del pozo y con un cazo tomó agua que me dio a beber, cuando lo hice volví a despertar con un beso suyo en mis labios.</span></span><br />
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<b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Ignoro el trayecto de ideas que constituyen mi entelequia. Los pensamientos se contagian, sostener los ojos un segundo más de lo moralmente correcto puede hacer que contraigas una idea. Mientras más sostienes la mirada, más punzante la idea. Se inicia el movimiento pendular, retrocedes, avanzas, te caes hacia tu propio eje y caminas, la recaída no empieza cuando ya te has hundido las rodillas en el mismo pantano de siempre, empieza con la primera caída, en la ligereza con que te sacudes el polvo y reanudas la marcha como si problemas nada, ignoras que en esto de pensar no hay patrones con esquinas sino círculos, en algún momento caminarás sobre tus propios pasos y llegarás, adivina dónde, al pantano, porque no tuviste la cortesía de sacarte los ojos de las cuencas y hundirlos como si alas en el entorno. </div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-43223385831674044062011-03-13T06:36:00.001+01:002011-03-13T06:41:11.059+01:00Abrir el sueño y cerrar los ojos<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em><br />
</em></strong></span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> Atravesar caminos llenos de barro y sapos saltando verdes por las veredas con sus gritos de lemur asustado. Llover a chorros toda la tristeza de Oliverio, caminar a muñones por todo el tiempo engrumado de betún y de zapatos rotos. Amaneció como si se encendiera alguna bombilla amarilla, sin ganas de despertar. Los charcos reflejaban sus caras en las mías y yo jugaba a chapotearlas como si así pudiera borrar cada nuevo paso, quería un nuevo camino, una nueva revuelta que me llevara a otros días a otros tiempos, pero todos los caminos se ataban a sí mismos para llegarse siempre al mismo sitio. En la playa todo estaba devastado, el agua me llegaba por las rodillas y los restos de mil barcos destrozados tropezaban y me herían las pantorrillas. Caí varias veces e intenté no levantarme, pero la fuerza del mar era tal que me ponía de píe como uno de esos muñecos que no se pueden tumbar. Me sumergí completamente y seguí andando por el bosque azul, una sirena sin cola lloraba desconsolada y un alacrán gigante la engulló. Todo estaba lleno de popilos y grité desgarrado que no quería sopa. Me desperté, su sonrisa seguía allí haciéndome caracoles en el pelo. Me dibujó con acuarelas durante mucho rato, exigiéndome que no moviera ni un poro de la cara. Cuando me enseñó el dibujo vi a un hombre tranquilo, sonriente, que parecía inventar una historia para ella. La aguada parecía contener corrientes, mareas, reflujos que me atraían, que me sujetaban a su profundidad como si estuviera atado al mastil de Ulises. Poco a poco volví a dormirme, entonces la vi a ella tocando el violín en una plaza de Praga. Estaba tan concentrada y seria que parecía que el violín la tocaba a ella. La música me llegó como desde dentro, era la partita número dos. Me acerqué hasta poder rozar su cabello, sentí un calor en mis dedos que me produjo un gran bienestar. Cuando terminó de tocar levantó su mirada hacia mí y me sonrió, entonces supe que ningún camino importa.</span></div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: small;"><br />
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</div><div style="text-align: justify;"><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b> Llegué a tener una relación íntima con las pesadillas. Un diálogo de silencios me ataba a ellas involuntariamente. Siempre una sombra detrás de la puerta, algo fuera de lugar que deseaba mostrarse para anular el frágil equilibrio de mi mente. Hace años soñé que una masa de agua abría la boca y me engullía, el líquido se estrellaba contra mis pulmones, me ahogaba. Alzaba las manos para aferrarme a un borde cualquiera y cuando estaba por rozar con los dedos la orilla de mi propia cordura, un fuerte retroceso me arrastraba al útero de la vorágine. Al final de las pesadillas luzco frágil, ligeramente azul, liviana, mis manos flotan como un adagio, desaparece el gesto crispado, me había rendido. Hoy mi relación con las pesadillas es más saludable, ya no pueden cruzar la frontera hacia la vigilia, se resignaron a la habitación tenue que está al fondo de mis ojos; esto a razón de una presencia que me habita el hueso y que, sin saber demasiado bien cómo, extrae la sombra desde tuétano y la sustituye por el verdor de unas pupilas que se abren ante mí como un bosque. </div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-85614843393812430202011-03-10T23:45:00.001+01:002011-03-10T23:45:28.774+01:00Imprecisión de los planos<div style="text-align: justify;"><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Me detuve en la quinta foto. Alguien está a dos segundos de asomarse por la ventana del último piso, posiblemente un hombre con manos de pianista que sopesa la realidad con un porro en la mano durante quince minutos. Se cree que con la última calada viene el vestigio de una frase que intentará anotar en la libreta, llega tarde y la frase se ha desintegrado por completo, mira la foto de una mujer en su despacho, se sonríe. Trato de presionar el disparador, está trabado, reviso la cámara con evidente mal humor y, al tomar posición nuevamente, detrás del lente está una ventana por la que un hombre de ojos verdes y manos de pianista acaba de asomarse.<br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Mucha gente piensa que la caligrafía china consite en dibujar signos extraños con tinta negra, pero los que estuvimos allí sabemos muy bien que la caligrafía china sólo dibuja las sombras de las cosas. El trazo debe ser firme, seguro de sí mismo, porque sólo una cosa sólida proyecta una sombra suficiente para que sea el hueco por donde penetran nuestros pasos. Aquella tarde el morichal estaba embravecido por el viento y una luz de candil bailaba en la caseta del vigilante. Era raro. Yo caminé despacio hacia la llama, un poco asustada, sintiendo cada huella de mis pies en todos esos años atrás. Los guacamayos repetían sus sonidos estridentes que parecían revolverme los alfileres clavados en las plantas de mis pies. Nada duele más que el silencio no querido, me dijo una vez el anciano profesor de caligrafía. No era una persona, lo supe en cuanto lo vi, era un cabeceo de brisa, un segundo después, ese pensamiento que nos espera llegar a él. Me contó que su familia se había dedicado por generaciones a dibujar las caligrafías, que a él se las empezaron a enseñar a los cuatro años y que a sus ochenta aún no había aprendido nada. Me enseñó que no importaba lo que dibujara, sino el tiempo que me regalaba dibujándolo. Me enseñó una luna que nunca había visto y un trozo de madera que sacó de su deshilachada mochila. Cuando llegué a la caseta comenzó a diluviar y la lluvia se me clavó a puñales. El miedo desapareció nada más verle. Estaba vestido de sombra y en su cara me había guardado una sonrisa. Besé sus pies y él dibujó una mariposa en mi frente. Me habló durante horas y tres amaneceres después su sombra se había borrado y el morichal estaba naranja y verde. Caminé ya sin agujas hasta llegar a mi casa y el teléfono sonó. </span></span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-12130687177897877372011-03-09T16:36:00.003+01:002011-03-09T20:36:09.392+01:00Mirada y grieta y sueño<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><span style="font-family: inherit;"><strong><em>Ella: </em></strong><span style="font-size: small;">La grieta -enfermedad vertical entre la boca y los pies- me reduce al espesor de una línea. Con el ojo plano es difícil percibir la curvatura de la ciudad, los dientes que al fondo de la plaza se hunden en el muslo tibio, esa nomenclatura invisible de fuerzas que, al chocar, se equilibran y aportan al escenario una tensión dolorosamente anónima, dolorosamente bella. Mis pupilas se abren y aferran las uñas al entorno, reconozco el sistema de fisuras, puedo ver en qué punto se quiebra la realidad. Me siento, en la acera me siento a caminar desde los ojos, me detengo; súbitamente he encontrado mi espacio para herir el patrón circular: la hendidura en la cabeza que la mujer de ojos castaños disimula bajo un chal. </span></span></span></div><br />
<span style="font-size: large;"><span style="font-family: inherit;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Me dijo que le susurrara este cuento al oído:</span></span></span><br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;"><br />
</span></div><div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span style="font-family: inherit; font-size: small;">Una de las veces de todas las veces el tiempo se disfrazó de espera y sus saetas comenzaron a tejer una larga capa para el rey de los otros. Cada puntada ocurría al revés, como viniendo de siniestra a diestra, como desenhebrando los suspiros, como parándose sobre un solo pie. Empezó a tejerla un jueves santo, día no extraño a los rumíes, pero poco habitual en los cedros del Líbano. La capa era de seda y su color no tenía color, quizá tornasolado, me apuntó ella, quizá, le dije, sin querer perder el hilo. Su bordado empezaba en la misma orilla de los píes y continuaba un camino sinuoso que quería reproducir todos los caminos de esta tierra, desde los Cárpatos al Sacromonte. Cada puntada una piedra, cada puntada un paso de un anciano recorriendo el camino de vuelta. El tiempo era una anciana encorvada sobre el tul, un amago de ir a ser, un olvido de haberlo sido. Todo se quedó quieto y dispuesto a desplazarse con la lentitud de un cienpies dándole cuerda al reloj de la torre del rey. Entonces el peón movío cuatro dama y el tablero se colapsó en su mismo centro. El tic tac y el péndulo bailaban muy juntos, el sudor se convirtió en gota, el dolor provocó una sonrisa resignada. La aguja tejía, la tela se revolvía, la arena llovía, la capa estaba terminada. El rey se vistió y recordó el cuento del rey al que le regalaron una<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>capa invisible. Se asustó y corrió a mirarse en un espejo donde se reflejaba la luna, entonces sonrió satisfecho: él era el rey luna. Y se rompió, la luna estalló en mil pedazos y del fondo del espejo empezaron a salir pelusas como conejitos, todo el tablero se llenó de pelusas y el alfil movió su diagonal para amenazar un jaque que sólo podia suponer un cambio de piezas. El rey se retorció en un enroque y un sacrificio de peón doblado permitió proyectarse a la torre. Ella dormía en su foto, tenía ese aire de abandono que a todos nos hacía creer en ella. Le pasé el dedo por la frente, como recorriendo una senda, y luego le dibujé la boca con mis labios, su aliento empañó mi aliento y una mariposa de colores boqueó en nuestro estómago. Despertó y movió caballo. El rey se abrió la capa y enseñó sus genitales entre el clamor del pueblo. Fue la revolución. Ella rió y me caracolilló el pelo. El tiempo comenzó de nuevo a andar.</span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-8800356726012622772011-03-05T22:02:00.001+01:002011-03-05T22:05:10.111+01:00Sueño azul de lluvia<div style="text-align: justify;"><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: large;">Ella: </span></i></b>Se dedicaba a ordenar meticulosamente los residuos de sueños extraños al despertarse. Para eso había destinado una libreta con tapas hule y una planificación que excluyera toda actividad antes de las 10 a.m., hora hasta la que solía dormir cuando el despertador no sonaba. JL era un tipo, digamos, peculiar. Creía que recordar sus sueños le daría acceso a un patrón de ideas para escribir que no estuvieran sujetas a condicionamientos racionales, dejó de pensar esto cuando descubrió que los sueños tenían su propia lógica. Una mañana, al despertar, se descubrió apretando con la mano izquierda una moneda azul. La miró asombrado, creyó que la chica paseando bajo cortinas de agua había sido parte del sueño en que moneda azul en la mano para teñirse la lógica.<br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> </span>Hay lo blanco y una pluma negra descendiendo, hay la nieve y el cielo blanco como la nieve, hay la pluma que desciende flotando, que se va agrandando conforme se me acerca, que me va tapando lo blanco hasta ser todo negro. Hay un ruido, un rumor de voces en el fondo de la habitación, es como si el aire se hubiera convertido en algodón y a las palabras les costara abrirse paso hasta mí. Hay una luz lechosa que se me cuela en los ojos como por una rendija y noto mi boca pastosa intentando volver a ser, pero hay como una tela de araña que me envuelve todo lo que fui, todo negro con rendija y voces huecas que dicen qué dolor, qué dolor.<br />
<div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt;">La pluma negra me abraza fuerte y tira de mí hacia otro tiempo y otras nubes. Dicen que mientras floto me veo en la cama, enganchado a multitud de aparatos que miden la distancia entre vivir y no. Me veo extraño, no me parecía que yo fuera así, pero me olvido enseguida de aquel cuerpo y aquella habitación. Estoy flotando sobre la ciudad paralizada como en una fotografía del Google Earth. <span style="mso-spacerun: yes;"> </span>En un semáforo está ella, con aquel vestido que yo mismo le elegí. Un vestido negro con unos bordados sobre los senos, está preciosa, un conductor se ha quedado congelado en el momento de sacar su cabeza del auto para piropearla. Ella está sonriendo porque estas situaciones siempre le han hecho gracia. Ahora ya no distingo los rostros de la gente, apenas los colores de los autos. Oígo una voz en off y me sorprendo al reconocerla como la mía. Estoy diciendo el parte meteorológico. Sí, sé que esto es ridículo, pero acabo de morir y se me ocurre hablar del tiempo. Absurdo, pero efectivo. Apenas acabo de dar el parte se pone a diluviar, hay relámpagos y truenos por todas partes y las nubes se han hecho noche. Mi pluma negra se empapa, cada vez pesa más, cada vez le cuesta más flotar y de pronto mi pluma cae a plomo abrazada a mí. Caemos a la velocidad de un relámpago y vuelvo a oír mi corazón, vuelvo a oír su voz cantando aquella canción. Estoy tan empapado en sudor al despertar, que cuando sus labios me besan me saben a papaya. Ella ríe y me pregunta en qué estaba soñando. En ti, mi amor, le respondo, en tu lluvia.</div></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-38334239390817745082011-03-03T22:40:00.001+01:002011-03-04T21:43:23.995+01:00Intersección<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;"><strong><em><span style="font-size: large;">Ella: </span></em></strong>La descarga eléctrica, apenas se bajó del tren, recorrió su espina dorsal de punta a punta. El gesto, la seña macabra del campesino, el cartel blanco retorciéndose en el aire como si una tormenta -aunque ni átomo de brisa en todo el lugar-, le hicieron ensayar mentalmente la postura de un cadaver. Se vió tendido, relajadas las manos y la boca, un hilo tibio, rojo, desde la frente hasta el pie, había vaciado los intestinos. Los ojos se volvían hacia las cuencas, algo como residuos ensangrentados en la pared, una mezcla de sesos y vísceras puestas al sol, agujas de hambre en el estómago y los golpes, el olor, la nube densa que caía sobre las cosas como un pájaro muerto. Debió sorprenderse pero no lo hizo, sabía que no volvería a casa, sabía que estaba muerto. </span><br />
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<span style="font-family: inherit;"><span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> <span style="color: black; mso-bidi-font-family: "Times New Roman";">De pronto la fina película transparente me envolvió la nariz y supe que había tropezado con ella justamente cuando mi píe izquierdo se sumergió en el charco. Mi última imagen del mundo fue la fotografía de Henry Cartier-Bresson a la que yo siempre he llamado Railowsky, después de eso nada, sólo ruidos en mi cabeza y luces porosas que se me agarraban a las mejillas pellizcándome con suavidad, pero sin aflojar. Había pasillos, eso lo sé, también espejos vueltos del revés y una humedad caliente que me hizo recordar. Y me detuve, más bien algo me detuvo, y quise empezar a hablar, pero en mi boca las palabras se estrujaban como si fueran de papel y se me iban volando convertidas en pelusas sonrientes. Los pulmones me chupaban para adentro, creo que me querían volver del revés. Y grité. Di un grito que retumbó en un campanile y volvió tres siglos después. Caminé hundiéndome hasta los tobillos en el charco, hasta la cintura, hasta las mismas cejas, y a partir de entonces ya pude respirar aliviado entre el bosque y los caballitos de mar que me guiaron hasta un claro completamente circular donde se veía bailar el fuego de una hoguera. Busqué por todas partes al narrador, pero no lo encontré. La señora gorda que gladiolas y churros de chocolate en la mano cantaba una melodía. Del fuego se me acercó una caricia y noté sus manos jugando bajo mi pantalón. Me susurró un poema que hablaba de palabras y me estrujó, me dio un abrazó que me envolvió en las llamas. La vi. Estaba dormida, la cabeza descuidada sobre la almohada, los ojos cerrados, un mechón de pelo sobre ellos. Los labios fruncidos, como besando el silencio; su quietud me meció. Besé su frente y la habitación se llenó de pelusas. Me acerqué a la ventana, el Vltava estaba completamente helado, toda Praga dormía como blanquecina acurrucada por la luz mortecina de algún farol. El cristal estaba empañado, y ella había escrito en él: “Cosa etérea”. En la mesa seguía abierta su libreta de las tapas de mariposa, con sus páginas llenas de peces de colores. Sonreí y me senté junto a ella en la cama, acaricié su pelo, creo que ella sonrió también. Las pelusas siguieron cayendo del techo, pero ahora eran letras que se abrazaban unas con otras. La besé en los labios. Ella es mi narrador.</span><span style="mso-bidi-font-family: "Times New Roman";"></span></span></span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-1102352223224514482011-03-01T23:33:00.001+01:002011-03-02T00:40:23.003+01:00Dos centímetros de realidad<div style="text-align: justify;"><strong><em><span style="font-size: large;">Ella: </span></em></strong>La realidad se mueve dos centímetros hacia la izquierda, es por eso que cuando trato de apoyar el vaso repentinamente, charco de leche y vidrio en el suelo. La psiquiatra dice que la realidad dejará de moverse pronto, que si usas estas pastillas azules la mesa dejará de trasladar su esquiva superficie, también los libros dejarán de morderse las uñas, quedará estática mi imagen en el espejo y, cuando mi reflejo se arranque a mordiscos una anchísima colección de poros, no seré yo quien reciba el zarpazo dentado en la piel. Me voy, pastilla en mano, a recuperar dos centímetros de la realidad que he perdido, pero; al cruzar la baldosa tenue del no retorno descubro que es mejor esta nebulosa temporoespacial, que el gesto rígido de un reloj que no perdona. <br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Sé que igual no queréis creerme, pero os juro que estaba lloviendo a mares y la tierra seguía más seca que la tumba de mi madre. No sé por qué coño sería, pero diluviaba, la lluvia me había empapado hasta las ojeras, y el suelo seguía seco, seco como el polvo. Todas las fotografías estaban desparramadas por el suelo, pisoteadas por la lluvia que no llegaba a mojarlas, y el humo del primer cigarro desde hacía quince años me cortó los pulmones y sonreí porque ese fue el dolor más dulce que sentí desde que sus labios. Las fotos habían formado un mahjong siniestro en el que la primera de la pirámide era una imagen de ella dormida como si ningún pensamiento se hubiera engañado aún a sí mismo. Su rostro, sus labios formando una ensoñecida cima, su pelo acurrucando todo ese dormir de la vida, del sueño, de lo que alguno de vosotros siquiera se engañe en recordar como infancia. Grité con tanta desesperación que el eco me desgarró los tímpanos, pateé todas las fotos, las descuarticé con mis dedos desollados por tanto morder, por tanto morder. Su sueño seguía siendo todo lo que yo había querido, pero oírme, ni siquiera su sueño fue suficiente. Y la lluvia, la jodida lluvia empapando cada uno de los centímetros que me separaban del suelo. Un día ella cogió mi mano y leyó cada segundo de los que vendrían. Todo era tan maravilloso, tan cool. Otras veces simplemente paseábamos y ella recitaba a Alejandra. Las nubes jugaban a seguirnos y nosotros jugábamos a seguirnos. Todo era naranja hasta que se ponía el cielo patas arriba y el diluvio nos recordaba que cualquier segundo era ya pasado. Se me quedó la colilla del cigarro pegada a los labios, me dejé caer de rodillas sobre un charco sin agua, creo que recé de forma inconexa al niño que algún día creí ser, pronuncié su nombre para que todas las flores se llamaran como ella.</span></span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-24886589996041545422011-02-27T00:07:00.000+01:002011-02-27T00:07:03.205+01:00Desconcatenación de sucesos<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Cuando Violeta estaba pequeña tenía un amigo invisible que se llamaba Paco. Las noches de lluvia los dos se escondían en el cuarto de la ropa a inventar historias. Paco le contaba que en su mundo invisible las flores sólo se distinguían por su olor y las espinas de las rosas dejaban un rastro de sangre, también invisible, por el que los ríos aprendían a correr. A veces le contaba la historia de la bruja calva, una terrorífica mujer de más de cuatro metros de altura y con un ojo de cada color. Violeta se acurrucaba entre las sábanas y hacía la voz del viento: “¡¡¡sooooooooyyyy la bruja sin peeeeeloooooo…!!!” Paco no podía parar de reír porque Violeta tenía pinta de todo menos de bruja sin pelo. Una de esas noches Paco se puso a llorar desconsoladamente y, cuando Violeta le preguntó, le contó que ya no podía ver, que la bruja calva le había quitado los dos ojos para hacerse un collar. Violeta no se lo podía creer, pero como tampoco había visto nunca los ojos de Paco, pensó que no sería tan importante si él era invisible. Paco le explicó que no era así, que precisamente lo único que puede hacer alguien invisible es ver, porque sin ver ni ser visto era como no ser. Violeta comprendió que ahora lo único que le quedaba a Paco era oír, así que comenzó a tocar su violín como nunca lo había hecho. De pronto el cuarto de la ropa se llenó de notas flotando en el aire. Eran mil notas de colores que caían como si se deslizaran lentamente por una cuerda invisible hasta posarse en un cuaderno abierto de par en par. Cada nota se convertía en una letra que se juntaba con otras para ser palabra hasta convertirse en una historia preciosa. Nunca más oyó hablar a Paco, pero desde entonces cada noche dibuja una historia de letras en aquella libreta.</span></span></div><div style="text-align: justify;"><br />
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</div><div style="text-align: justify;"><strong><em><span style="font-size: large;">Ella: </span></em></strong>De cómo descubrió los dispositivos bajo la piel y luego los hilos, como una serie de cordones atados a las extremidades, hablaremos en otro momento. Nos interesa empezar esta historia desde la punta oblícua, es decir, desde que JL cruzó la calle y una película transparente, flexible, le impidió regresar al mundo tal y como lo conocía. Llovía, entre los dedos cáscaras, viscosidades, pulso irregular y sangre endureciéndose en la cabeza. Pensamos que llovía porque charco en el zapato justo antes de la luz verde, pero nadie puede asegurarlo, hemos disertado largas horas sobre si precipitaciones o no pero como cada uno en sus asuntos mimetizado, pues dejamos escapar ese ínfimo aunque importante detalle. Se sabe que los narradores -aunque se diga lo contrario- de omnipresencia nada, que sirva este documento para subir la queja, tenemos ocupaciones que impiden registrar sucesos menores como la lluvia o esa mirada gris de la señora gorda que gladiolas y churros de chocolate en la mano. El caso es que charco en el zapato antes de la luz verde y distracción milimétrica, algo como un pájaro, no podemos asegurarlo porque justo en el momento del golpe tomábamos café y escurríamos los ojos entre los pechos de la mesonera que, si bien no quería darle el teléfono a mi lado izquierdo, pues con mi lado derecho estaba fascinada porque siempre me saco del estómago un guijarro o una burbuja metálica, no hay mujer que se resista a una burbuja metálica. </div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-22216828537957172942011-02-24T23:47:00.000+01:002011-02-24T23:47:50.990+01:00El viaje<div style="text-align: justify;"><strong><em><span style="font-size: large;">Ella: </span></em></strong>Sería difícil hacer una lista completa de bálsamos y brebajes. Nadie sabe hasta qué punto surten efecto sobre la piel de la mente, de las emociones. También debe acotarse que hay remedios naturales para síntomas que oscilan entre estados difusos. Se sabe que a cada quien le sirve una nomenclatura específica, no todos necesitan la misma dosis de aire o color para sacarse un dardo de la espalda, y por dardo debe entenderse todo daño que corta los hilos del espacio hasta alunizar en la sensible maraña de luces que hay entre el pecho y el pecho. Para Violeta la fórmula de redención tiene dos extremos: un buen libro, y el cuerpo tibio que, al otro lado del mar, emite sílabas acuáticas para reconstruir el tejido necrosiado de su interioridad, algo leve pero rotundo, algo así como la música. <br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> El vagón restaurante del coche pullman está lleno a rebosar. Hay señoras con perlas botándoles en la sopa y niños jugando al diábolo. Al fondo se ha improvisado un pequeño grupo de cámara y los violines descorren los recuerdos de la tierra recién abandonada. Praga se va alejando entre humos y heladas, la preocupación escapa por entre las rendijas de una sonrisa. David levanta su candelabro de siete brazos, los salmos se entrecruzan con el ruido de los tenedores, la Traviata, alguien canta la Traviata. Entre el traqueteo y los vaivenes nada se parece a lo que es. Así un día y dos, tres noches ateridas y cuatro despertares insomnes, el mundo gira sobre las vías de un tren, el paisaje es verde, muy verde, con bosques intensos de nieve y fogatas, humo negro que sale de los horizontes. El maquinista lleva medio cuerpo fuera de la locomotora, en la mano su botella de vodka. El tren avanza lento por la recta vía, casi se detiene en un andén y alguien le pregunta a un campesino polaco: “¿Dónde estamos?” El campesino apenas responde, sólo sonríe y se lleva la mano derecha al cuello haciendo el gesto del degüello. El tren avanza cada vez más despacio, al fondo se acerca un cartel blanco con el nombre de Treblinka.</span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-50158825722597006082011-02-24T00:02:00.001+01:002011-02-24T00:03:12.413+01:00Hilo de vidrio<div style="text-align: justify;"><span style="font-family: inherit;"><strong><em><span style="font-size: large;">Ella: </span></em></strong>Sucede que si me abro las venas con este hilo de vidrio atravesado apenas por la luz, obtendré un enjambre de coleópteros y alguna mariposa. La sangre no es nadamás sangre, también es el rastro de arena que conduce al abismo, la serie de corrientes encontradas en el punto ciego de la costilla, el suave gemido que asciende y, sin saber demasiado bien cómo, transfigura los cilindros del pecho hasta que casi imposible saber dónde comienzas yo y dónde termino tú.</span><br />
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<span style="font-family: inherit; font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"><span style="font-family: inherit;"> </span></span><span style="font-family: inherit;">Estremecerse es azul, pensó, acompañar el anochecer por el valle, siguiendo el curso del río, oír el clamor de las aguas y el rítmico seguir de su corazón. Bajar, bajar por el valle con la luna lamiéndole los senos, alborotados los cabellos, la mirada acechante, barrer la oscuridad con esas dos brasas que se encienden para ahuyentar el miedo al hastío. Cuando llegó al lago se quitó su túnica y sus velos, las alhajas de plata, el collarín y la cadena que su amo había atado a su vida. Desnuda como la luna se sumergió en el agua, andando lentamente, con la parsimonia del que hace mucho que ya no vive. Tras el agua el bosque, sus ramas que sujetan el mundo, lo negro y lo oscuro, lo no. Tras el bosque una cueva, tras la cueva un camino, tras el camino otra noche y una música y un fuego y una historia. Elisandro habla como si cantara. Alrededor de la hoguera hay gente tumbada, absorta en las palabras que parecen salir de la lumbre. Elisandro habla de la muchacha que se soñó ángel. Habla de sus alas, brotadas de sus homoplatos, habla del día aquel en que aprendió a usarlas, del vuelo, de la vista de la tierra pegada allá abajo sobre sí misma, de los arroyos azules, estremecerse es azul. Elisandro hace una pausa, el grupo no mueve ni un músculo, sólo esperan la siguiente palabra para volver a respirar. El relato sigue y una brisa remueve las llamas. La muchacha llegó a un cerro donde un hombre leía en solitario un libro sin páginas. Cuando llegó junto a él le susurró al oído: ¿Te quieres casar conmigo? El hombre sonrió y se abrazó a sus alas.</span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-44053395862963545812011-02-22T23:15:00.000+01:002011-02-22T23:15:47.117+01:00Trazos de nube azul<div style="text-align: justify;"><strong><em><span style="font-size: large;">Ella: </span></em></strong>Los trazos desmentían su edad; eran precisos, ni vestigio de duda en la mano que sostenía el pincel y que, a su vez, se deplazaba en lentas contorsiones para curvar las líneas. Describía los materiales articulando la menor cantidad de palabras, hablaba con el cuerpo, gestos cortos para afirmar o negar desde los ojos. Luego pintaba, decía algo sobre llenar los pulmones con lentitud, retener el aire, desprenderse de él a ritmo sostenido, algo sobre sentarse en la postura correcta, permitir la circulación sanguínea, algo sobre sacarse la angustia del cuerpo, salir del cuerpo y dirigir la mano desde el techo o no, no, preferiblemente desde la ventana donde pájaro azul y nube se fusionan. Debo reconocer que no presté la debida atención porque no podía concebir que un hombre vacío de sí mismo pudiera dibujar con semejante destreza.</div><div style="text-align: justify;"><br />
</div><div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em>Él:</em></strong></span><span style="font-size: small;"> Su muñeca se inclinaba formando un ángulo de exactamente 34 minutos y 42 segundos sobre el lienzo. El carboncillo osciló diestro hasta colocar el flequillo y un tenue trazo que se acomodó como el hoyuelo de la barbilla. Los movimientos eran tan rápidos y precisos que parecían proseguir a las líneas oscuras o grises, gruesas o simples esbozos de una huella. A los pocos minutos la cara salió del lienzo como si se hubiera desprendido del embozo de una sábana. Violeta extendió en perpendicular el carboncillo frente a ella, guiñó el ojo izquierdo y calculó cuidadosamente la perspectiva, los puntos del fuga y la línea del horizonte tras el rostro que la sonreía. Así, con los ojos entrecerrados la realidad empezó a desperezarse y la humedad se convirtió en ensoñación y lejanos murmullos que parecían venir del cuadro. Prestó atención sin permitirse variar su punto de mira, el murmullo eran unos cánticos que procedían del morichal, justo a la izquierda del hombre que la miraba. Era un grupo de niños que parecían avanzar en procesión mientras cantaban una canción de Bob Marley: No woman, no cry. Poco a poco el reggae se apoderó de la superficie y se despegó de ella hasta invadir la vida y la lenta somnolencia del pasar el tiempo mirando aquel horizonte del que no dejaba de salir gente, música, de mil colores de sabor. Violeta abrió de par en par ambos ojos, la risa le caía por las caderas, se arrimó hasta aquellos labios aún húmedos y pintó en ellos los suyos. La clase de óleo estaba a punto de empezar.</span></div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-10283864373371444462011-02-22T04:40:00.001+01:002011-02-22T04:42:59.647+01:00Pétalos<div style="text-align: justify;"><br />
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<span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">Sus maletas daban vueltas y vueltas en la cinta, ya no quedaba ninguna más. Ella daba vueltas y vueltas en los brazos de él, con las puntillas de los píes dibujando un círculo perfecto con los radios aprendiendo a soñar. Sus labios se habían aferrado al tiempo y se enroscaban arremolinando a su alrededor las agujas del reloj, el aeropuerto estaba repleto de gente dispersándose eternos de sí mismos, la megafonía dictaba proclamas que dirigían las corrientes humanas como si fueran vientos canalizados. En un momento el transcurrir se hizo fotografía con olor a azufre y los dedos de ella agarraron la pernera de su pantalón. Él apretó fuerte contra sí aquella mariposa acostumbrada a los sueños de cielos naranjas, hundió sus diez dedos en su cintura enmarañada de huellas de noches y esperas, de insomnios y letras deslizándose cómo pavesas que se apagan. Ella rió, otra vez, rió con lágrimas y gritó su nombre para apagar el estruendo de tanto avión, de tanto viaje sin corazón.</span></span></div><div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><br />
</div><div class="MsoNormal" style="margin: 0cm 0cm 0pt; text-align: justify;"><span style="font-size: small;">A veces ella estaba triste sin saber por qué. La sombra se le venía encima como si fuera una manta gris que le pesaba en las sienes y le impedía respirar. En esas ocasiones<span style="mso-spacerun: yes;"> </span>le gustaba sentir la tristeza desde fuera, como mirándola con los ojos entrecerrados por una luz blanca, limpia, que venía desde algún lugar del bosque. Salía a caminar por el morichal e imaginaba cómo sería el llegar, el beso, el abrazo. Aquel día no fue diferente, tras cada paso venía un murmullo desde adentro, un puñado de tierra contra el agua, una historia contada apenas entre sílabas, otro paso, otro mojón de tiempo señalando hacia el olvido, un alacrán siguiendo su camino transversal y los guacamayos gritando su algarabía. Un viejo en el medio del camino deshojaba una margarita, cuando ella llegó a su altura aquel hombre le entregó el último pétalo.</span><br />
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<strong><em><span style="font-size: large;">Ella: </span></em></strong><br />
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<em>Agua: Fusión de átomos. Transmisor. Disolvente universal. Líquido vital que, sometido a temperaturas extremas, cambia de estado. Se entiende que cada individuo trae, detrás de los ojos, un párpado para mirar y comprender el significado del agua. No todos saben usar su párpado interpliegue; aún así coincidimos: pocas cosas pesan más entre las costillas que la sed.</em> Así lo leí en la libreta. Ella escribe sobre el agua para ver si entre sus moléculas consigue el río de las voces, la suave concatenación de sílabas, el denso aluvión que, horas más tarde, vorágine cósmica y flores de cementerio en el pecho. Escribe sobre el agua porque no sabe de bautismos, no sabe anotar la espera: mancha de humedad alargándose hasta la mano que tuerce pétalos. </div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2554608229630107882.post-85000531885585945142011-02-20T22:40:00.000+01:002011-02-20T22:40:50.522+01:00Guijarros<div style="text-align: justify;"><span style="font-size: large;"><strong><em>Él: </em></strong><span style="font-size: small;">¿Dónde están los hombres que tenían ilusiones? La pregunta yacía como adormecida en la sección de anuncios por palabras, justo al lado de un ilusionante reclamo de francés por veinte euros y un griego por cincuenta. Marqué el número que se indicaba debajo del texto. Sonó el timbre seis o siete veces y cuando ya iba a colgar una voz de canción me respondió: ¿Aló? Le dije que llamaba por lo del anuncio, por lo de los hombres sin ilusiones, y la voz respondió: “Ahá, un momento, ahá”. Siguió una melodía de aháes y alóes y un cruzar de hojas y un pequeño carraspeo y de nuevo la voz sonó como viniendo de adentro, del esófago quizá, y me recitó un poema y la banda sonora de las palabras parecía volar como si montara en caballitos de mar, recostada entre velos y gasas que de pronto ocupaban todo el espacio de mi habitación. Quise hablar, inquirir algún por qué, pero las palabras se arremolinaban junto a mi boca y me besaban una por una. Las más atrevidas incluso se colaban entre mis labios y se dejaban deslizar en tobogán por mi garganta hasta quedarse muy juntas, quizá abrazadas, en el mismo punto del plexo solar. No sé explicar la razón, pero de pronto me sentí feliz, comencé a reír como nunca me había permitido y las palabras agudas me rozaron la campanilla, provocándome una tos que se confundía con la propia risa. Al otro lado del auricular la voz seguía desgranando su melodía de theremín, haciendo que el espacio entre mi niñez y mí ahora vibrara como si me envolviera un encantamiento. Al poco la vibración paró y ahora eran las carcajadas de la mujer al otro lado del teléfono las que me hacían vibrar. Me preguntó: “¿Ves qué fácil es recuperar la ilusión?” Yo no pude menos que estar de acuerdo con ella.</span></span><br />
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<strong><em><span style="font-size: large;">Ella: </span></em></strong>Coleccionaba guijarros. Antes de tomar la siesta un paseo, se sacaba los zapatos como el que se quita de encima los dientes de un siglo. Agua fría y espuma poco más arriba de los tobillos, jeans arremangados por las rodillas y el ojo, siempre el ojo de agua que detectaba las mejores piedras, las más pulidas, artísticas. Luego llegaba a casa, las acomodaba sobre el piano, siempre un mapa de arrugas insinuándose en el espejo, los años como estrías en la cara, en las manos, y el piano, las teclas de marfil y el recuerdo de su tacto, aún aroma en la madera. Con cuidado, milimétricamente, hacía encajar las piedras, todas blancas, en una botella, porque un día, quién sabe cuando, el mar traería las manos que debían sostenerla. </div>-http://www.blogger.com/profile/15098609910226408578noreply@blogger.com1